El mendrugo que había guardado para por la noche estaba más duro de lo que pensaba y tuvo que mojarlo en agua para poder comérselo. No es que fuera un cena que tomara con ilusión pero al menos le ayudaba a engañar al hambre para dormir la noche de un tirón. Terminó de beberse el agua que le quedaba en la taza y se metió en la oscuridad del callejón hasta llegar a los cartones bajo los que dormía. Se acurrucó y se quedó dormido al instante. Comenzó a nevar.
Cuando amaneció su cuerpo ya estaba frío. Nadie supo jamás que, por segunda vez, Jesús había venido y se había ido.
Cuando amaneció su cuerpo ya estaba frío. Nadie supo jamás que, por segunda vez, Jesús había venido y se había ido.
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