La luz amarillenta que vomitaba la puerta de la iglesia resultaba fríamente acogedora. Tras dejar la imagen frente al altar se arrodillaron en los bancos a proseguir con sus plegarias. Luego, se retiraron a sus casas.
Manuela se despertó sobresaltada cuando escuchó el chirriar de la puerta de casa. Aguantando la respiración tras el parapeto de las mantas prestaba atención a cada ruido que se acercaba al dormitorio. Se hizo la dormida. La puerta del dormitorio se abrió con suavidad y entró una figura que se detuvo ante la cabecera de la cama. Manuela sentía asco y rabia. La figura se agachó y besó su cabeza. Olía a alcohol y coño. Tomás había vuelto del burdel de las rusas.
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