Y así lo hizo. Eran sólo las 22:20 del viernes y ya iba camino de la parada del bus. Y encima llovía. Vamos, una noche perfecta. Llegó a su casa, abrió la nevera y se comió las dos cucharadas de ensaladilla que sobró del mediodía. Se fue a la cama con más hambre aún.
A punto de dormirse pensó que no era eso lo que se esperaba.
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