Un buen lío de cables era lo que tenía sobre la mesa. Pablo -Pablito-, el autor de esa... ¿mierda?, dormía roncando en el sofá delante de una película de Steven Seagal sin sonido. No es que fuera una película muda sino que le había quitado el volumen para dormitar sin que le despertara el sonido de las ostias, choques, disparos y diálogos. Mucho trajín y muchas emociones para las pocas horas que tenía el día.
En un par de años maduraría y ya podría confiar en él determinadas tareas pero, de momento, acababa ella haciéndole todo y sacándole las castañas del fuego. Y ese barullo debía estar solucionado para mañana llevárselo al colegio. Las cosas no habían cambiado mucho desde que ella hiciera cacharros similares en las clases de pretecnología. No parecía que hubiera sido ayer, pero tampoco parecía que hubieran pasado ya tantos años como de hecho habían pasado. En fin, recordando el pasado no iba a terminar el trabajo de Pablo, así que se puso manos a la obra y a recordar todo el tema de interruptores, resistencias, bobinas y diodos y otras cosas que seguro que no iba a recordar. Pero era un circuito relativamente sencillo.
Cuando se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa había una tía con las tetas de silicona bien ceñidas por un top azul gesticulando como si fuera una italiana histérica puesta hasta arriba de coca. Menos mal que estaba quitado el sonido. El mecanismo, aunque se veía cutre -vamos, que daba el pego para pasarlo como el de un chico de doce años- funcionaba. Estaba muy satisfecha. Eran casi las dos y Pablito seguía tirado en el sofá. Mira que le había dicho una y otra vez que debía irse a la cama porque si no al día siguiente le iba a doler la esplada. Pero no hacía caso y siempre se quedaba en el sofá esperando a que ella se lo llevara a la cama. Pues mira, esta noche iba a dormir en el salón, a ver si así aprendía. Se quedaba ella haciendo su tarea y él no asumía sus responsabilidades, y edad ya tenía. Cogió la mantita polar del resplado del sofá, se la echó por encima y le dio un besito de buenas noches en la frente. Le daba pena, pero si no, no aprendería nunca.
A las cinco y algo de la mañana le despertó Pablito metiéndose en la cama y abrazándola. A las siete les despertó la alarma. Mientras él se duchaba, vestía y guardaba el cacharro con cuidado en la mochila, ella preparó unos crepes rellenos de requesón, nueces y miel con un poco de canela espolvoreada y exprimió seis naranjas y un limón que repartió en dos vasos. Su desayuno favorito.
Luego salieron de casa y se metieron en el coche. No le gustaba mucho conducir por ciudad pero era la única manera de poder hacer algo de provecho a lo largo del día. Aparcaron justo enfrente de la puerta del colegio -menuda suerte, aunque llegaban pronto-, cogieron sus cosas y cerraron el coche. Pablito estaba radiante, muy contento con "su" trabajo.
Al mediodía vieron las noticias, su ciudad abría el telediario: humo, bomberos, ambulancias, muertos. La presentadora dijo que había sido una carnicería. El coche bomba había masacrado a más de veinte niños en la puerta del colegio.
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2 comentarios:
Hola Natxco!! Me dieron escalofríos amigo. Y pensar que a veces puede suceder de ese modo. Si se notara sólo con mirar la cara el terrorismo, se confunden tan bien entre los demás...Muy bueno!! No esperaba para nada ese final.
Espeluzmante, una historia que parecía idílica y dulce... con un final tan trágico e inesperado, muy a la orden del día, me refiero a los resultados.
Un beso
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