Tenía una voz horrible. Eso era malo. Pero se creía que cantaba bien. Y eso era peor. Al principio resultaba gracioso, era casi como un personaje friki de la tele pero en el barrio, en carne y hueso. Se reían con ella y de ella. Pero no se bajaba de la tarima del karaoke en todo el fin de semana y ya los cubatas empezaban a saber a garrafón con meados de gato con tanto gemido, grito, balido e insulto al buen gusto. Acabaron yéndose del local cuando resultó obvio que ni ellos se reían con ella ni ellos de ella ni ella de ellos. O algo así, que el garrafón les impedía pensa con claridad (se hubieran ido mucho antes de lo contrario).
Cuando Luigi, el dueño del local, le dijo que no volviera, ella, despechada como una gran diva en el invierno tardío de su carrera, amenazó con no volver a cantar nunca más en ese antro de mierda. Se tomó la sonrisa de Luigi como el tic nervioso de alguien que se ha dado cuenta de que ha jugado mal sus cartas y ha echado un órdago que el contrario va a ver.
Durante los meses siguientes tuvo sus claroscuros, sus momentos de luces y de sombras. Pisó los platós de las peores cadenas de televisión, las que tenían mayor audiencia. Fue invitada a cantar en directo en varios programas e incluso entró en un reality que tenía lugar en una clínica de desintoxicación pero debido a su manía de cantar en la ducha fue expulsada la primera semana de mutuo acuerdo por los demás concursantes, el público desde sus casas, la productora del programa y la dirección de la cadena tras mantener una reunión con sus principales anunciantes. Sólo la plataforma ciudadana que proponía su candidatura a la siguiente edición de Eurovisión mantuvo una tibia queja que se diluyó cuando una tonadillera obsoleta resurgió de los estercoleros musicales con la idea de representar a España.
Nunca había tenido hijos y su marido hacía ya dos años que se había puesto tetas y escapado con un camionero búlgaro que conoció en una estación de servicio de la A-2. Tampoco necesitaba a nadie, se tenía a sí misma y a su propio concepto de genio incomprendido. Decidió volver a prostituirse en el polígono industrial mientras repasaba mentalmente los contactos a los que recurriría para grabar un disco. Tardó unos dieciséis segundos en repasar por segunda vez toda la lista. Estaba Luigi el del karaoke y había unos chinos que habían abierto otro karaoke haría medio año en el ensanche.
Sólo tenía cuarenta y siete años cuando dejó de cantar y a partir de ahí, su vida comenzó a ser una mierda.
Cuando Luigi, el dueño del local, le dijo que no volviera, ella, despechada como una gran diva en el invierno tardío de su carrera, amenazó con no volver a cantar nunca más en ese antro de mierda. Se tomó la sonrisa de Luigi como el tic nervioso de alguien que se ha dado cuenta de que ha jugado mal sus cartas y ha echado un órdago que el contrario va a ver.
Durante los meses siguientes tuvo sus claroscuros, sus momentos de luces y de sombras. Pisó los platós de las peores cadenas de televisión, las que tenían mayor audiencia. Fue invitada a cantar en directo en varios programas e incluso entró en un reality que tenía lugar en una clínica de desintoxicación pero debido a su manía de cantar en la ducha fue expulsada la primera semana de mutuo acuerdo por los demás concursantes, el público desde sus casas, la productora del programa y la dirección de la cadena tras mantener una reunión con sus principales anunciantes. Sólo la plataforma ciudadana que proponía su candidatura a la siguiente edición de Eurovisión mantuvo una tibia queja que se diluyó cuando una tonadillera obsoleta resurgió de los estercoleros musicales con la idea de representar a España.
Nunca había tenido hijos y su marido hacía ya dos años que se había puesto tetas y escapado con un camionero búlgaro que conoció en una estación de servicio de la A-2. Tampoco necesitaba a nadie, se tenía a sí misma y a su propio concepto de genio incomprendido. Decidió volver a prostituirse en el polígono industrial mientras repasaba mentalmente los contactos a los que recurriría para grabar un disco. Tardó unos dieciséis segundos en repasar por segunda vez toda la lista. Estaba Luigi el del karaoke y había unos chinos que habían abierto otro karaoke haría medio año en el ensanche.
Sólo tenía cuarenta y siete años cuando dejó de cantar y a partir de ahí, su vida comenzó a ser una mierda.
3 comentarios:
Hola natxo!!!
Pues si que es horrible.
Así trascurre la vida de mucha gente, gente que no ve ni vive en la realidad, o quizá si la ve, pero no le interesa darse cuenta.
En fin... buen relato, bien llevado, bien descrito: Me ha gustado.
Como siempre mantienes el interés hasta el final y haces pensar.
Tampoco necesitaba a nadie, se tenía a sí misma y a su propio concepto de genio incomprendido.
Hola Natxo!! Buen relato. Pobre mujer tenía una distorsión de todo lo que la rodeaba. A lo mejor si no dejaba el canto su vida no se hubiera convertido en una mierda, los afectados serían los demás. Uno otodos, hay que elegir.
Besoss
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