Abrió los ojos y deseó no haberlo hecho. Una vez más el sol entró con toda su gloria por las pupilas de sus ojos enrojecidos e hizo que el nivel de su resaca pasara de mañana dejo de beber a me cago en Dios y en todos los santos, nivel alcanzado sólo en ocasiones muy, muy, muy concretas. Le dolía la espalda, ¿dónde coño se había quedado dormido? Giró sobre un lado y se metió en un charco de vómito frío.
La gente pasaba sin cesar por la calle de la que partía el callejón en el que se había quedado dormido cuando salió de la taberna a vomitar la pasada madrugada. Seguramente había aprovechado para cagar porque tenía los pantalones bajados y el culo lleno de costrones de mierda reseca. Al menos no se había cagado encima, no todo iba a ser tan malo. Con un poco de suerte era domingo y no lunes. Finalmente se arregló como pudo y se perdió por las calles de esa antigua ciudad castellana de principios del siglo XI.
El fin de semana pasado estuve realizando una investigación para un artículo de mi revista de parapsicología en una pequeña ciudad del norte del centro de la península que no visitaba desde hacía un año. Era viernes y todo me había salido a pedir de boca, así que entré en la famosa taberna Prometeo de la calle Prometeo. Mis padres tuvieron a bien bautizarme con el mismo nombre, como aquel titán que entregó al hombre el fuego de los dioses y fue castigado por Zeus a padecer un castigo que todos los días se repetía. Me desperté al día siguiente en el callejón con una resaca mortal en un charco de vómito con los pantalones bajados y el cuerpo cubierto de mierda reseca. Como cada año. Desde hacía mil años. Casi que valió la pena haber blasfemado.
La gente pasaba sin cesar por la calle de la que partía el callejón en el que se había quedado dormido cuando salió de la taberna a vomitar la pasada madrugada. Seguramente había aprovechado para cagar porque tenía los pantalones bajados y el culo lleno de costrones de mierda reseca. Al menos no se había cagado encima, no todo iba a ser tan malo. Con un poco de suerte era domingo y no lunes. Finalmente se arregló como pudo y se perdió por las calles de esa antigua ciudad castellana de principios del siglo XI.
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El fin de semana pasado estuve realizando una investigación para un artículo de mi revista de parapsicología en una pequeña ciudad del norte del centro de la península que no visitaba desde hacía un año. Era viernes y todo me había salido a pedir de boca, así que entré en la famosa taberna Prometeo de la calle Prometeo. Mis padres tuvieron a bien bautizarme con el mismo nombre, como aquel titán que entregó al hombre el fuego de los dioses y fue castigado por Zeus a padecer un castigo que todos los días se repetía. Me desperté al día siguiente en el callejón con una resaca mortal en un charco de vómito con los pantalones bajados y el cuerpo cubierto de mierda reseca. Como cada año. Desde hacía mil años. Casi que valió la pena haber blasfemado.
3 comentarios:
Megusta cómo esta escrito, pero... no lo que está escrito. Aunque en la vida hay de todo y se puede leer de todo.
Buena conjunción entre la mitología griega y un relato cotidiano.
Un beso, sigue así
Anoche terminé con mi "tarea" bastante tarde y hoy me he pegado un buen madrugón porque estaba inquieta. No sabes qué grata sorpresa me he llevado al encontrarme este desconcertante relato. Gracias por compartirlo!
Y ahora sigo escuchando a AC/DC hasta q mis dos morenas despierten, que se puede abandonar una pasión temporalmente... pero ¿todas???
Besos y hasta el vermú.
PD: cambiamos de identidad ;)
Por un momento al principio del relato, imagine a cualkier ser humano un dia cualkiera de san fermines...pero poco a poco me fui desmontando de mi pelicula particular, el salto ke da es ¿incoherente?jejeej, seguro ke no...desde luego me llego al alma...un beso.
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