En verdad le gustaba lo que hacía esa chiquilla de aspecto zarrapastroso y piel tiznada. Durante toda su existencia -huérfano de nacimiento, no sabía nada de su pasado- había visto innumerables maravillas: palacios recubiertos de un metal cuyo fulgor rivalizaba con el del sol del mediodía del desierto, estatuas gigantescas de cuya magnificencia un dios estaría celoso, naves que surcaban los mares deslizándose sin rozar apenas las olas, poemas cuya belleza evocaba a la de los primeros brotes del verano en las tierras heladas, máquinas que razonaban y dejaban en evidencia a los grandes sabios o quimeras surgidas de las profundidades de las mazmorras donde los Monjes Negros de Ïx experimentaban con la Ciencia Prohibida.
Y ahora, ante sí, tenía al mayor prodigio de todos los tiempos. Aquella niña de aspecto miserable, con un simple pedazo de carbón, dibujaba colores en el suelo de la plaza.
Y ahora, ante sí, tenía al mayor prodigio de todos los tiempos. Aquella niña de aspecto miserable, con un simple pedazo de carbón, dibujaba colores en el suelo de la plaza.
2 comentarios:
Evocador y tierno. La belleza suele estar en la sencillez y no en los grandes prodigios.
Un beso Natxo
Bello relato:
¡Cuantas veces las apariencias engañan! y no aprendemos, pensamos que la sabiduría, la riqueza, etc. esta en lo grandilocuente...
Quizá todos llevemos una niña con cara tiznada dentro de nosotros.
Un beso y que tengas un feliz domingo
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