Una vez más, se había quedado dormida en el coche. La tapicería parecía un mapa de la luna que los cercos de babas habían ido cartografiando a lo largo de los meses. Un mapa muy detallado. Habían ido a especialistas e investigado por su cuenta y la explicación más lógica que habían encontrado era narcolepsia. Pero no, no era narcolepsia. Sólo le sucedía al entrar en un coche, abrocharse el cinturón de seguridad y escuchar el runrun del motor. En cualquier otra situación, por muy cansada que estuviera, se mantenía despierta, más o menos atenta y coherente, pero despierta.
Hacía casi dos años que había renunciado a sacarse el carné de conducir. A los profesores de autoescuela les resultaba gracioso al principio pero acabó siendo un incordio que se durmiera encima de los otros estudiantes o, peor aún, sobre el examinador. Así que tenía aprobado el examen teórico sin fallos y hasta ahí llegaría su aventura automovilística. Al menos no se cansaba cuando viajaba en coche.
Parecía que todo le iba bien desde hacía unos días: había obtenido su doctorado cum laude, el equipo técnico del más prestigioso instituto tecnológico del país le había solicitado -a través de su director de tesis- que se incorporara a su grupo y se había quedado embarazada de gemelos del hombre más maravilloso que había conocido: la referencia XF-0001453-12 del más prestigioso banco de esperma de Estados Unidos. Y todo en la semana de su vigésimo noveno cumpleaños. Nada podía irle mal.
Y, sin embargo, ya no se dormía en el coche.
Según pasaban las semanas sus ojeras eran más pronunciadas y su carácter se agrió hasta el punto de discutir con sus compañeros por tonterías. Tuvo un aborto espontáneo a las 5 semanas de gestación. Y su rendimiento estaba muy por debajo de lo esperado. Le dieron un voto de confianza. Ella trataba de salir adelante, pero no lo conseguía. Su jefe no quería despedirla y llegaron a un acuerdo: dejaría de trabajar con el grupo durante unos meses y estaría en el laboratorio procesando la información de noche. En función de su progreso, decidirían su futuro.
Eso sí, tendría que llevarla su novia o quien fuera, porque el coche eléctrico del instituto que la recogía tenía que recargarse por la noche.
Hacía casi dos años que había renunciado a sacarse el carné de conducir. A los profesores de autoescuela les resultaba gracioso al principio pero acabó siendo un incordio que se durmiera encima de los otros estudiantes o, peor aún, sobre el examinador. Así que tenía aprobado el examen teórico sin fallos y hasta ahí llegaría su aventura automovilística. Al menos no se cansaba cuando viajaba en coche.
Parecía que todo le iba bien desde hacía unos días: había obtenido su doctorado cum laude, el equipo técnico del más prestigioso instituto tecnológico del país le había solicitado -a través de su director de tesis- que se incorporara a su grupo y se había quedado embarazada de gemelos del hombre más maravilloso que había conocido: la referencia XF-0001453-12 del más prestigioso banco de esperma de Estados Unidos. Y todo en la semana de su vigésimo noveno cumpleaños. Nada podía irle mal.
Y, sin embargo, ya no se dormía en el coche.
Según pasaban las semanas sus ojeras eran más pronunciadas y su carácter se agrió hasta el punto de discutir con sus compañeros por tonterías. Tuvo un aborto espontáneo a las 5 semanas de gestación. Y su rendimiento estaba muy por debajo de lo esperado. Le dieron un voto de confianza. Ella trataba de salir adelante, pero no lo conseguía. Su jefe no quería despedirla y llegaron a un acuerdo: dejaría de trabajar con el grupo durante unos meses y estaría en el laboratorio procesando la información de noche. En función de su progreso, decidirían su futuro.
Eso sí, tendría que llevarla su novia o quien fuera, porque el coche eléctrico del instituto que la recogía tenía que recargarse por la noche.
3 comentarios:
No se te ocurrirá dejarlo ahí, ¿no???
Interesante, intrigante, pero me ha costado entenderlo, menos mal que tengo quién me lo aclare, jejejeje
Aunque todo queda en el aire. Tienes una gran imaginación...
Un besote
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