De azul había pintado algún gilipollas la gorra de su hucha-pitufo de porcelana. Ahora más que un simpático personaje que guardara sus ahorrillos desde que era un crío tenía toda la pinta de un Borbón, Nefertiti o un alien salidos de Avatar. Era horrible lo que habían hecho de él tras toda una vida siendo el pitufo sin atributos (no reía, no tenía gafas, era varón...).
Le dio la vuelta y le quitó el tapón de goma. Dentro tenía un montón de monedas rojas y amarillas de céntimos de euro, alguna de euro y un par de dos euros, un billete de cinco, dos de diez y el de cincuenta que le había regalado su tía Marta y que seguramente era falso y se lo habían colado en la frutería.
102,32€. Guau. Un tío en paro que estaba más cerca de la cuarentena que de la treintena en pleno 2008 y con un asqueroso pitufo azul y poco más de 100 euros para sobrevivir hasta su próximo empleo. O hasta que consiguiera que le mandaran a la cárcel con su pensión completa. Lo jodido es que por no tener no tenía ni antecedentes, así que no le bastaba un delito menor sino que tenía que hacer algo un poco más grande, pero no tanto como para que le metieran en una prisión de alta seguridad.
Bajó a por el pan y un fuet a la tienda de los chinos. No quería pensar de dónde salía ese fuet. Fuet con una etiqueta en chino y que sabía mejor que el del super de toda la vida. Cogió también una lata de medio de cerveza de importación pero se lo pensó mejor y la cambio por una litrona de esas cutres que costaban menos y gracias a la rosca, podían durar algo más.
Se fue al parque, a ver a los viejos pasear a sus perros feos con dientes como piñones pegados ahí por un epiléptico en pleno ataque y un lacito en lo alto de la cabeza. También pasaban las tías que iban a las clases nocturnas de graduado escolar, pero se decía que eso era lo de menos. Plantó el culo en lo alto del respaldo de uno de esos bancos feos de hormigón, partió más o meno un tercio de barra de pan y peló un extremo del envoltorio del fiambre. Mezcló un mordisco de cada en su boca y se ayudó de un trago de cerveza para tragarlo. Y a repetir.
Esa cerveza le daba un poco de ardor. Esa o cualquiera de la que tomara un par de litros o tres al día durante semanas. La caja de Almax que le mangaba a su padre, pensionista, cada vez que iba de visita -a lavar la ropa sobre todo y cenar caliente- se le había acabado el día anterior. Y sus padres, junto con otros congéneres del Imserso, como una jauría ávida de sangre en un balneario perdido en algún lugar de Aragón.
Tiró el casco de la litrona a una papelera y se volvió a casa. Si no hubiera vendido la tele, miraría a ver si echaban algo interesante. Pero sólo le quedaba releer El Principito o tratar de leer el Ulises de Joyce. En fin, se acercó al escritorio, cogió el bote de Tippex y se fue a la habitación a por la hucha.
martes, 23 de marzo de 2010
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5 comentarios:
Hola Natxo:
Pobre pitufo le iban a dar otra mano de pintura a base de tipex.
En mi casa también habia una hucha de Pitufo, pero creo que se rompió.
Entretenido el relato, aunque describa una vida insulsa, pero al fin y al cabo es una forma de vivirla.
Un beso
La verdad es que podía haber empezado por el Tippex.
Lo de leer el Principito siempre es una buena decisión.
(Lo del fuet ni me lo planteo...)
Besos
Creo que para el Ulises de Joyce, la dosis son 3 litronas, mínimo.
Y además en ayunas, con lo que sube el gasto en litronas pero te ahorras el papeo ;)
Buen texto!
Un saludo
Lala
juré no leer más relatos de esta web pero tengo que confesar que este es GENIAL. Enhorabuena.
El Ulises con una litrona nada más?? 100% de acuerdo con Lala XDD
Natxo, si algún día se te ocurre dejar de escribir te patearé las canicas hasta que se me gasten las botas, que tengo el día violentillo ;)
Un besote (algo más tranquilo).
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