Hasta que un día su padre los pilló a todos con los pantalones bajados. Hubo gritos. Gritos muy fuertes y todo fue muy desagradable. A Luis no le explicaron nada. Sólo le hicieron preguntas y más preguntas y que olvidara todo el tema. Porque sí. Por que sí y punto. Y que no preguntara más.
Y ahora, muchos años después de que el abuelo muriese, Luis recordaba con cariño la rodilla deformada por un balazo del abuelo. Siempre era la más grande.
1 comentario:
Ende loigo, eres "genious". Joooo esta cojonudo. jajajajajajaja
Que apague el ordenador para siempre quien no haya pensado lo que yo. jajajajaj
Pero, sabría que habria algún truco.
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