Ahora, con cincuenta años recién cumplidos, se hacía realidad su sueño. Una vida de esfuerzo y ahorro y una buena dosis de suerte -más de doce millones de euros entre lotería, ahorro y dividendos- fueron la llave que abrió las puertas de su cielo particular. Le habían tildado de loco, más cuanto más se acercaba a lograrlo.
Y ahí estaba sentado en su despacho de rector, ante su mesa de rector, en su silla de rector. No necesitaba ni profesores y alumnos para disfrutar de su universidad.
1 comentario:
El que la sigue la consigue.
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