Los pececillos nadaban en círculos como si estuvieran en un tiovivo. Manolo, a sus tres años, estaba encantado, arrodillado, mirándolos de cerca. La luz que entraba por la ventana formaba chispitas sobre los peces, que se movían más y más rápido. Manolo se reía y aplaudía y gritaba extático. Los peces se habían convertido en manchas que formaban espirales de distintos colores.
Manolo se quedó paralizado como en una fotografía. Luego se echó a llorar. Le ardía la cara y su madre le miraba y gritaba y movía un dedo arriba y abajo.
Gloria estaba convencida de que había parido al hijo del demonio. Ya era la segunda vez en lo que iba de mes que Manolo vaciaba la pecera en el inodoro.
Manolo se quedó paralizado como en una fotografía. Luego se echó a llorar. Le ardía la cara y su madre le miraba y gritaba y movía un dedo arriba y abajo.
Gloria estaba convencida de que había parido al hijo del demonio. Ya era la segunda vez en lo que iba de mes que Manolo vaciaba la pecera en el inodoro.
1 comentario:
Qye fuerte!!!
Publicar un comentario