El teléfono no dejaba de comunicar y no le quedaba mucha batería. Tenía que avisarla como fuera de que los kosovares iban en camino y que sólo era cuestión de minutos. Mira que le habían dicho que con esa gente mejor no hacer negocios -eran muy imprevisibles y se vendían al mejor postor- pero ella insistió e insistió en que sólo recurrirían a ellos una vez y luego se las apañarían por su cuenta, a su ritmo, sin riesgos.
Y ahí se encontraba él en ese momento, lejos de casa, incapaz de avisar a la mujer a la que amaba, sin nadie a quien recurrir para sacarles las castañas del fuego. Llamó otra vez. Comunicando.
Tomó una decisión. No quería recurrir a los vecinos y menos por algo así -su reputación se vendría abajo-. No podía hacer otra cosa. Un intento más y les llamaría.
Sonó un tono de llamada. Dio gracias a Dios en silencio. Cogió su mujer y le explicó la situación. Se sintió muy aliviado. Con algo de suerte nadie se enteraría, qué hubieran dicho los vecinos. Pero era la última vez que recurría a unos albañiles piratas para hacer una reforma en el chalet.
Y ahí se encontraba él en ese momento, lejos de casa, incapaz de avisar a la mujer a la que amaba, sin nadie a quien recurrir para sacarles las castañas del fuego. Llamó otra vez. Comunicando.
Tomó una decisión. No quería recurrir a los vecinos y menos por algo así -su reputación se vendría abajo-. No podía hacer otra cosa. Un intento más y les llamaría.
Sonó un tono de llamada. Dio gracias a Dios en silencio. Cogió su mujer y le explicó la situación. Se sintió muy aliviado. Con algo de suerte nadie se enteraría, qué hubieran dicho los vecinos. Pero era la última vez que recurría a unos albañiles piratas para hacer una reforma en el chalet.
1 comentario:
Joeeee me has tenido en tensión, todo el rato, menos mal que el relato era corto, sino, me da un infarto.
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