Lo que más le apetecía en ese momento era tomarse una cerveza bien fría, incluso más que partirle la boca a esa camarera repelente que les atendía -que no les atendía-. Respiró hondo y trató de explicarle una vez más a la chica qué es lo que querían tomar.
Pero la tía seguía sin hacerles ni puto caso. Se paraba aquí y allá a hablar con la gente, se quedaba hablando en una mesa tras llevarles las consumiciones...
Le podía la sed al autocontrol. Se levantó cabreado de la silla y se dirigió al interior, a hablar con la chica y el jefe y ponerles una queja como que él se llamaba Dani. Dejó el casco en su silla y se largó dando grandes zancadas hasta la barra. Esperó a que la chica se acercase.
Llegó un par de minutos después, sonriente, estúpida. Le dio un billete de 50 euros al mesonero, cogió las vueltas, y le dijo que muy rica la comida y que seguramente volverían mañana.
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