Sabrina era un encanto. Periodista -y de espíritu aventurero- había encontrado en él a alguien con quien explorar esa parte de la vida que se aleja de las ciudades, las relaciones falseadas entre personas y los formalismos. Cuando le dijo que ese domingo iban a entrar en una cueva sintió un gusanillo en la tripa al pensar en que iba a adentrarse en lugares tan cercanos y desconocidos para la mayoría de las personas. Pasó la semana y finalmente entraron.
Caminar en los intestinos de la tierra era bastante más resbaladizo y angustioso -¿a cuántos metros estaría ya bajo tierra, cuántos miles de toneladas de rocas tendría por encima?- de lo que había pensado los día anteriores. Para nada era desagradable, todo lo contrario, le encantaba no sentir ni un bostezo tratando de salir de su garganta a pesar de las horas que llevaban y la adrenalina se mantenía en un nivel algo superior a la simple alerta pero muy lejos aún del pánico.
Jerónimo se había parado unos metros por delante y pronto le alcanzó. Las linternas de sus cabezas desprendían miles de destellos de los cristales que cubrían el lugar. Sobrepasó a su novio -parecía petrificado- para acercarse a los cristales. Tocó algunos con sus dedos. Menuda puta mierda, vaya decepción. Tantas horas disfrutando de la cueva para ahora, al final, encontrarse con esto. Miró a Jerónimo y vio en sus ojos, en su rostro, la pena, el fracaso. Él se acercó a ella, la abrazó por detrás y le susurró al oído "lo siento".
Algún hijo de puta había roto todos los cristales del coche nuevo de Sabrina.
1 comentario:
Genial! al principio pasé angustia, ya que tengo fobia y luego cuando iba ya a respirar, katapun vaya mierda, despues de disfrutar y sentir la angustia, algun hijo de puta, fastidió el invento. :(
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