Cada pomelo que cogía estaba casi más blando que el anterior. Así de pochos no iban a durar ni dos días. Consiguió que se los dieran gratis al comprar un kilo de naranjas que no quería.
Volvió a su casa radiante y dejó la bolsa sobre la mesa de la cocina. Luego abrió la ventana y respiró el aire fresco. Cogió el pomelo más blando, lo miró y lo lanzó contra el perro de la portera.
¡Qué maravilla de pomelos!
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