jueves, 25 de noviembre de 2010

Payaso

Hacía meses que no tenía un momento tan íntimo conmigo mismo. Es probable que ir en busca de una lata de medio litro de Mahou 5* por los chinos de Alcorcón -es que estaban cerrados- sea bastante cutre pero las catarsis en mi vida vienen siendo así de ridículas.

Estos últimos meses han sido realmente deprimentes. No desde un punto de vista depresivo sino completamente objetivo: mi salud ha sido una puta mierda y mi estado anímico peor que mi salud. He dejado de beber, procuro dormir y yo que sé qué más cosas pero mi cuerpo se emperra en darme patadas en los cojones cuando trato de buscarme otra realidad. Hago lo imposible para sentirme mejor y resulta que tomarme dos latas de cerveza cuando quiero desconectar hacen que escriba de una puta vez. Y no me gusta, pero es lo que hay.

Echo de menos algunas cosas de mi pasado -reciente, lejano, qué más da- pero soy consciente de que mi futuro es cada vez más difícil y vivo en un limbo en el que aún soy un crío aunque tenga más 40 años que 30. Quiero hacer cosas y, más que nada, cambiar esta situación físico-anímica tan atroz de invalidez efectiva. Lo que peor llevo, con muchísima diferencia, es ver que la gente que me importa no sea capaz de entender qué cojones me pasa y lo tomen por abulia, pasotismo o simple gilipollez. Cada día me levanto de la cama con el deseo de arrancarle a la vida un poco de salud para hacer algo más que el día anterior y me doy de bruces con el espejo en el que un payaso enfermo se pone su nariz rota y su ropa raída para reírse de sí mismo y sólo es capaz de llorar de la angustia que le causa la imagen que ve reflejada.

Y resulta que esta noche, después de sentirme como la mierda, me pongo delante del espejo y me descojono. Menudo pringado hay ahí: un payaso que se lamenta de lo risible que es.

Como un escritor que no escribe.