domingo, 31 de agosto de 2008

Mejor una cena frugal

Los 214.78 € de la cena le quitaban el sueño. Vale que era un día especial y que la ocasión lo merecía y todo lo demás, pero es que se había pasado. Y, claro, no paraba de dar vueltas en la cama, con el estómago lleno y sin parar de repetirse que debía haber sido más comedido. Se había cenado en una noche casi la mitad del dinero que tenía reservado para comer todo el mes. Ya le valía, qué falta de previsión.

No podía más, se levantó de la cama y fue arrastrando los pies hacia el botiquín. Le dolía muchísimo el estómago. Mientras rebuscaba, sentía cómo las arcadas iban creciendo en intensidad. Jarabes. Pastillas. Cápsulas. Más pastillas. Tabletas. Ahí lo tenía: sal de frutas.

Una arcada inesperada y vomitó la cena sobre las baldosas. Menudo asco. Todo lleno de monedas a medio digerir.

sábado, 30 de agosto de 2008

Noche de juerga

Un poco de salsa de tomate, dos rebanadas de pan de molde -una era una tapa- y un quesito y medio. Esa iba a ser su cena. Visto así, sobre la mesa, la idea de lanzarse a devorar esa comida no resultaba muy atractiva, pero llevaba toda la noche por ahí fuera y ahora, de vuelta en casa, el hambre apretaba.

Lucas se quedó aún unos minutos mirando fijamente la comida antes de decidirse. Finalmente pudo más el hambre y se lanzó desesperado a engullirlo todo. Luego se tumbó en el sofá frente a la tele y enseguida se durmió.

Por la mañana le despertó su padre con una bronca. No tuvo más que mover el rabo y lamerle un poco para que le perdonara.

¿Premio?

La comida olía de maravilla. Y en cuanto terminara se tomaría un yogur. Levantó la tapa y no había premio. Sólo un zurullo insolente atravesado en la taza.

jueves, 28 de agosto de 2008

¿Por qué no me deja pasar?

Más de media hora y aún no había podido entrar. No había manera. Supuso que podría deberse a haber llegado antes que nadie, pero era algo que ya habían hablado y acordado. Aparentemente había vía libre, estaba todo en orden, pero en cuanto trataba de entrar, la chica no se lo permitía. De todos modos, habiendo ya llegado hasta ahí, no podía rendirse y darse la vuelta. A ver si hablándolo, si razonándolo con ella, podía finalmente entrar.

Nada. Diez minutos más tarde se rendía. Así no había manera y se estaba empezando a cabrear. Respiró hondo un par de veces, agachó la cabeza y miró a la chica a los ojos. Después le dio un beso y le susurró al oído que ya harían el amor otro día, cuando estuviera lista.

Desintoxicación

Pocas veces había sentido un hambre tan atroz. Ya no sabía que hacer, no tenía dinero y en ningún lugar le fiaban. Y no quería robar ni cometer ningún delito. Estaba asqueado de consumir siempre la misma mierda insalubre, los despojos de sebo, glándulas, tripas que les daban. Y encima tenían la caradura de decir que antes se estaba mucho peor. Y una mierda. Antes la vida podía ser más dura pero al menos no estaban intoxicados con tanta mierda edulcorada y llena de colorantes y envoltorios de colores y nuevos sabores y...

...y era horrible. No podía más. Necesitaba un buen libro para desintoxicarse de tanta información vacía de contenido.

martes, 26 de agosto de 2008

Un clásico averiado

Por más que le daba a la llave no arrancaba. Vamos, que parecía que el cacharro estaba completamente muerto. Trató de hacerlo andar empujando pero no había manera, en cuanto se le acababa la inercia se quedaba parado, igual que al principio. Lo cierto es que, aunque viejo, el cacharro era bonito, seguramente un clásico -aunque no entendía mucho del tema-, y se lo había dejado su tío en herencia. Recordó cómo de pequeño le parecía algo casi mágico ver a su tío trasteando en el garaje de su casa en las tripas de un motor desahuciado y consiguiendo que para la cena funcionase perfectamente, con un sonido suave y regular. Siempre insistía en que se quedara a su lado para ver cómo era un motor, las piezas que lo formaban y su función, pero él prefería ir a jugar con sus primos al bosque. Ahora le daba pena no haberlo hecho, podría haberlo arreglado el mismo en vez de tener que llevarlo a un profesional. Y a saber cuánto le costaría la broma.

De todos modos, lo intentó una vez más. Volvió a meter la llave en la ranura y la giró hasta que hizo tope. Nada, si la forzaba aún más podría romperla. Y tampoco empujando. En fin, ya buscaría a alguien que le arreglara el reloj carillón.

lunes, 25 de agosto de 2008

Mandarinas

Las mandarinas, aunque pequeñas, estaban deliciosas. Eran de piel muy fina, un poco difíciles de pelar, y le habían llenado de color y olor el espacio entre uñas y dedos. Quizá fuera cierto eso de que la fruta robada sabe mejor, porque ésta le estaba sabiendo a gloria. Y no era por los dos días que llevaba sin comer. Si sólo pudiera beber un poco de vino, ya hubiera sido un día perfecto. Peló una mandarina más, se la metió en la boca, y la aplastó entre sus muelas lentamente, dejando que el jugo se derramase por su boca y, tras acariciar sus sentidos, calmase su sed y su hambre. Escupió una pepita.

Cinco mandarinas después se echó a dormir bajo la copa de un vecino olmo. No le dio tiempo a despertarse cuando unos bandoleros le cortaron el cuello y se fueron decepcionados por la ausencia de botín.

Unos años más tarde un poeta sin reconocimiento se sentó a la sombra del olmo a comerse un par de mandarinas que acababa de coger del arbolito de al lado.

domingo, 24 de agosto de 2008

Luciérnagas

Lo que más le gustaba de las luciérnagas es que solían quedarse quietas tras un rato y podía acercarse a ellas. La gente solía quedarse encandilada con el efecto que producía verlas volar de noche y esto impactaba tanto que, a lo largo de loa años, fueron incorporándose a las leyendas y costumbres locales, transformadas en hadas, espíritus de las estrellas o deseos que buscaban satisfacerse. Pero ella las veía con otros ojos, nada de leyendas y bobadas. Desde pequeña le habían interesado y, cada noche, salía a buscarlas en vez de quedarse durmiendo.

Ante sus ojos había un ejemplar precioso que brillaba con toda su intensidad, un macho que gritaba a la noche que él era el destinado a perpetuar sus genes hasta el fin de los tiempos.

Sobre la pared de una casa castellana, una salamanquesa daba cuenta de una luciérnaga.

Dedicación

Había conseguido dominar el juego a la perfección. 56 años practicando cada día, a todas horas, parando sólo para satisfacer sus necesidades básicas. Una vida que, otras personas, dedican a tener hijos, labrarse una carrera, encontrar su nicho en la sociedad... Pero él había llegado allí donde nadie había estado antes. Aunque ya fuera casi un anciano, sabía que nadie le ganaría.

Después de comerse un pescado y un poco de fruta se levantó y fue a caminar por la arena bañada por el mar. Trotó a paso ligreo playa arriba y playa abajo y finalmente se acercó a una gran palmera en la que hundió el rostro. Nadie jamás podría ganarle al Escondite Inglés, su única ocupación desde que su barco naufragó hacía una vida.

sábado, 23 de agosto de 2008

Un fatídica apuesta

Había muchas cosas que aún no entendía, ¿por qué era todo tan difícil? Algo tan sencillo como ir a hacer la compra ahora se le antojaba una tarea imposible. Se sentía un inútil total.

Y todo por culpa de una estúpida apuesta. Si aquel viernes de hace casi dos meses hubiese tenido la boca cerrada, nada de esto le estaría pasando. Pero no, claro, si Pablo le picaba, él tenía que entrar al trapo. Y con la borrachera que llevaba, ¿cómo iba a haberse negado? Parecía mentira que con 36 años pudiese haber sido aún tan gilipollas. Con 16 aún, ¿pero con 36?

En fin. No valía la pena lamentarse. Aunque aún no lo entendiera tenía que seguir adelante y, seguramente, con el paso de los días todo iría encajando, tendría sentido, y hasta se sentiría orgulloso porque todo esto le habría hecho madurar como persona.

Aún así, seguía sintiéndose como un gilipollas por haberse apostado con Pablo que era capaz de hablar Chino en tres meses.

viernes, 22 de agosto de 2008

Por terreno desconocido

Sus dos compañeros caminaban unos metros por delante reconociendo el terreno y buscando cualquier indicio de anormalidad. Un chasquido, un movimiento por el rabillo del ojo, el gorjeo de un pájaro... no podían bajar la guardia y dejarse sorprender. Sería entonces demasiado tarde. Él iba detrás, llevando a la espalda el avituallamiento y agua de los tres. Por la posición del sol -y por su estómago- dedujo que pronto llegaría la hora de tomar un breve descanso y recuperar fuerzas. Llevaban caminando desde una hora antes del alba por esa tierra desconocida y aún les quedaban bastantes kilómetros para llegar a la seguridad del vehículo que los llevaría de vuelta a casa.

La humedad del ambiente no dejaba que se evaporase su sudor y la ropa se sentía como un trapo mojado en la espalda; un trapo pegajoso que le sujetaba y no le dejaba moverse con libertad. Escuchó a lo lejos el ruido de un motor y se quedó parado tratando de discernir de dónde venía. Sintió un escalofrío. No veía a uno de sus compañeros y el motor sonaba cada vez más cercano. En el preciso instante en que iba a gritar el nombre de su compañero, éste vino corriendo y los tres salieron de la senda y se tumbaron a la sombra de los árboles que crecían sobre la loma que se alzaba a pocos metros de ahí. Sacó el mapa, leyó las coordenadas del GPS, y trazó mentalmente la ruta que debían seguir para llegar sin problemas.

Sacó los tres recipientes que llevaba y repartió la comida. Después bebieron agua. Finalmente, Néstor sacó un libro y sus perros se acurrucaron junto a él.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Unas buenas vacaciones

Esta vez seguro que había cerrado el gas, el agua, apagado todas las luces y cerrado con llave al salir. Dos veces había entrado a comprobarlo -por si acaso- y por fin bajaba tranquila en el ascensor. Salió a la calle, cerró los ojos y respiró fuerte. Tosió. Al aire de la ciudad no era muy limpio. En la esquina paró un taxi que le llevó a la estación de tren en un trayecto rápido y directo. Un taxista honrado y nada hablador. Con ella al menos.

Andén 27. Menos mal que la entrada estaba en el 32. La maleta nueva se deslizaba con suavidad por el suelo enlosado, sin hacer ruido. Sonrió. Por fin iba a tener unas buenas vacaciones. Un chico le ayudó a subir la maleta al tren y siguió su camino por el anden con un de nada que le supo a poco.

Cuando el tren dejó atrás la estación se quitó los zapatos, puso los pies sobre el asiento de enfrente -estaba sola en el compartimento- y suspiró relajada. Atrás quedaban la ciudad y su móvil sonando impertinente sobre la mesita del recibidor.

martes, 19 de agosto de 2008

La llave

Cuatro piezas sueltas que encajadas forman la llave para acabar con su pesadilla. Ahí las tiene, en una hoja de periódico sobre la arena negra de la playa, entre él y el mar. Piezas que parecen de otro mundo, de una tecnología extraña, inhumana. Toma dos entre sus dedos, las mira de cerca y trata de juntarlas. Se resisten a dejar su individualidad. El tiempo corre y su angustia crece. Las piezas tienen formas similares y complementarias entre ellas pero cuando trata de juntarlas se resisten a encajar y saltan con vida propia. Nunca lo conseguirá, es demasiado mayor. Se siente demasiado mayor.

Desde la extraña edificación de la que salen ruidos raros se acerca una figura alargada. Trae en la mano un recipiente lleno de algo de color rojo intenso, antinatural. Se le acaba el tiempo y le inunda la tristeza porque sabe lo que va a suceder...

Jonathan estaba hasta los cojones de su abuelo: se va a por un sorbete de fresa al chiringuito y el puto viejo le rompe el móvil.

No me entienden.

Sólo le quedaban un par de chicles y el aliento seguro que le apestaba a alcohol y tabaco. Por no hablar del vómito que le había pringado los zapatos y la parte baja de los pantalones y que había tratado de limpiarse con servilletas primero y la fuente de un parque después. El primer día que salía hasta tarde y seguro que cuando llegase iban a estar los dos esperando viendo la tele para echarle una bronca de cuidado. Si comprendía que se preocuparan, pero joder, ya era mayorcito y sabía lo que hacía, aunque no le entendieran.

Llegó a su portal -tras echar dos meadas por el camino sin perder mucho tiempo-, subió las escaleras y trató de escuchar tras la puerta de su casa. Le zumbaban los oídos pero aún así consiguió discernir el sonido de la tele. En fin, habría que echarle valor.

Abrió la puerta con cuidado y, efectivamente, ahí estaban esperándole ante la tele. Desde que había enviudado sus hijos se preocupaban demasiado por él.

lunes, 18 de agosto de 2008

A descansar tocan

Siempre le entristecía ver cómo se iban apagando las luces y la gente se retiraba a descansar. Aunque casi todos eran jóvenes, aún se veía algún madurito tratando de demostrar que no estaba acabado. Algunos habían conseguido lo que buscaban. Otros se iban hechos polvo. Muchos, ni volverían. Pero él era el centro de atención y, la verdad, le encantaba que le reconocieran y que trataran de agradarle. Algunos hasta trataban de engatusarle para que se quedara con ellos.

De momento, también se iba a descansar, que se lo había ganado. Llevaba más de catorce horas sin parar. Y eso era demasiado incluso para un dios como Ares.

domingo, 17 de agosto de 2008

Sibarita

Alzó la copa sobre su cabeza, la admiró bajo la luz de las velas, y se la acercó al rostro para degustar sus efluvios. Zamora. Año 89. Muy buen cuerpo, rotundo. Volvió a oler la copa.

Dejó el sujetador a un lado. La modelo era preciosa.

viernes, 15 de agosto de 2008

Vis a vis

Miró las cinco cartas que tenía en la mano y después a los ojos de su oponente. Paolo sabía que debía conservar la calma, que su rostro tenía que permanecer sereno y natural a la par de no expresar sus emociones. Su futuro dependía del desenlace de ese silencioso enfrentamiento. Jonás le miraba a los ojos tratando de encontrar un destello de flaqueza por el cual adivinar si se estaba marcando un farol. Pasaron unos segundos en los que el mundo se paró.

Jonás puso un billete de 20 € en la mesa. Paolo sonrió y soltó sus cartas en la mesa. Tomó el dinero y se fue. Esta vez Jonás se había creído que no había nadie en los domicilios pero Paolo se prometió tomarse más en serio su curro de mensajero.

La caída de Babel

El Sr. Barnley tenía un cabreo monumental. Minutos antes había culminado con éxito la primera prueba con seres humanos -él mismo- del invento que él y sus colegas habían venido desarrollando durante los últimos 12 años: la máquina traductora cerebral. A las 10:32 el Sr. Barnley -quien había sacado la pajita más larga dos minutos antes- se colocó el casco de los electrodos. Sentía un suave cosquilleo en la piel y los bordes de algunos de los objetos del laboratorio se desdibujaban (en realidad era la máquina la que proyectaba los resultados de sus cálculos en el córtex del Sr. Barnley y su cerebro interpretaba esas señales como provenientes de sus ojos y epitelio). Si no hubiera estado sentado en ese momento, lo habría pasado un poco mal.

El Sr. Sörensen le trajo el libro. La difunta señora Barnley le había regalado a su marido un libro en japonés -de Kenzaburō Ōe- para que lo disfrutara cuando hubiera tenido éxito y así compartirían ese momento aun cuando ella hubiera ya desaparecido a causa del cáncer. Ahora, por fin, llegaba el momento. Pensó en su esposa, sonrió y, entre miradas expectantes, abrió el libro. Sus compañeros de departamento ni respiraban.

Se cagó en Dios y en todos los santos. Luego en su puta madre -la de un desconocido impersonal-. Se acababa de leer la última página del libro.

jueves, 14 de agosto de 2008

Al raso

Hacía bastante tiempo que no se tumbaba al raso para admirar las estrellas. Hacía tanto, de hecho, que lo recordaba como un momento perdido en su juventud, un recuerdo de esos que le llenan a uno de añoranza. La arena de la playa resultaba ser el lecho más cómodo en el que había descansado en los últimos meses y el mar no dejaba de susurrarle que durmiera. Hizo el amago de coger un cigarrillo pero enseguida recordó que ya no fumaba.

Ya no tenía dinero y todo cuanto poseía lo llevaba puesto. Lo había perdido todo. Por fin era rico.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Un descenso peligroso

Era un descenso muy peligroso pero no pensaba en ello cuando comenzó a descolgarse. No veía nada: estaba todo muy oscuro y sus ojos eran incapaces de distinguir ningún detalle. Pero seguía bajando, poco a poco, hacía un destino incierto. No llevaba nada de comer y, entre una cosa y otra, sentía una necesidad imperiosa de dejarlo todo, acurrucarse y abandonarse al sueño. Y cuando despertase, las cosas serían completamente distintas. Aún debía bajar más. Un poco más. No había encontrado lo que buscaba y debía seguir descendiendo.

No sintió dolor cuando murió aplastada. Maite no soportaba las orugas.

lunes, 11 de agosto de 2008

Viaje de ida

No era cómo conducía el chófer. Tampoco es que la carretera fuese mala o tuviese muchas curvas. Y no se sentía mareado ni con náuseas. Pero el viaje no le estaba gustando nada. Es lo que tenía despertarse siendo el protagonista de una comitiva fúnebre.

Cosas de ricos

Era el encargo más absurdo que había recibido en sus más de veinte años de oficio: un ascensor para una casa de una planta. Se había especializado en el segmento residencial de diseño para diferenciarse de la competencia, pero entre tanto esnob siempre se colaba algún colgao. Había recibido encargos de todo tipo y lo que más se llevaba en los últimos meses era un ascensor que subía el coche desde el acceso del garage al interior de la vivienda. Quedaba muy cool tener un Ferrari en mitad del salón. Pero esto de poner un ascensor para una vivienda de una sola planta... Si no tenía ni sótano ni buhardilla ni nada de nada según le habían dicho. ¿Para qué pensaban utilizarlo? Nada, desvaríos de nuevo rico, seguro. Cogió el coche, introdujo en el GPS la dirección del cliente y se puso en marcha.

La mansión estaba muy bien: planta baja, primer piso, segundo piso y buhardillas. Supuso que no querrían el ascensor para el trastero o el cuarto del jardinero. A ver con qué le salían.

Mientras paseaba por el jardín acompañando a su cliente se preguntaba por qué había aceptado ese encargo sin haber pedido más detalles. Se detuvieron frente a un pequeño lago artificial, a la sombra de un castaño de indias. El anciano le dijo que ahí quería construirle el regalo a su nieto, parapléjico desde el accidente: una casa en el árbol.

domingo, 10 de agosto de 2008

Crujiente

Metió la mano en el bolsillo del interior de la solapa del abrigo. Algo crujiente. Sonrió.

Le encantaba eso de meter la mano en un bolsillo del abrigo y encontrarse con un dinero que no esperaba. Dos billetes de 50€, ni más ni menos. Y con un post-it pegado con una dedicatoria de Laura. Qué detallazo.

Con sorpresas así lo cierto es que no daba pereza salir a trabajar estas mañanas de invierno. Y ya era el segundo abrigo que levantaba de un bar en lo que llevaba de día.

viernes, 8 de agosto de 2008

Decisiones, decisiones...

Pues iba a tener que elegir: sólo tenía dinero suficiente para comprar uno de los dos periódicos y no ambos como hubiera necesitado para el trabajo de la universidad. Vaya putada. Pidió permiso al quiosquero para hojear los dos y ver así por cual se decidía. Uno era el típico periódico de hojas enormes con noticias que no paraban de decir que el país iba mejor que nunca y que el equipo de gobierno gestionaba todos los recursos a la perfección. Al ir pasando las hojas, se movían entre sí y acababan un poco descolocadas. No estaba mal.

El otro periódico tenía un formato más pequeño, más de revista, y con las hojas perfectamente grapadas. Era mucho más manejable, desde luego, y tenía bastantes más páginas. Las noticias, sin embargo, hablaban de un país en plena decadencia, el hazmerreir de Europa y cosas así.

Pensó en el trabajo de la universidad. Uf, era una putada tener que decidirse, pero darle vueltas al asunto tampoco le iba a solucionar nada y sí robarle tiempo. Sopesando los pros y los contras se quedó con el grapado. Aunque fuera un coñazo lo de la grapa y los papeles de menor tamaño, tenía bastantes más hojas. Trataría de buscar los ejemplares más pequeños que cupieran entre sus hojas para prensarlos e ir montando el herbario.

Silvia no quiere ir a la guardería

Era la misma historia todos los lunes: Silvia diciendo que no quería ir a la guardería y su madre haciéndole entrar en razón. Después, ya más tranquila, su madre le acercaba con el coche, le daba un beso, y a cntinuacióno se iba a hacer la compra. Silvia se acercaba entre los chillidos de los niños a la guardería, saludaba a los profesores, se metía en su clase y se sentaba en su sitio. Y a aguantar un día más.

A menudo Silvia se preguntaba por qué se había hecho profesora.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Un hermoso ejemplar

Gerardo estaba contentísimo con su nueva adquisición. Un quijote en tapa dura, edición antigua, de esos con grandes páginas amarilleadas y una tipografía apretujada y con exceso de tinta. Ahora iba a ser el centro de atención de sus amigos y seguro que pedirían turnarse para disfrutar de él. Iban a pasárselo mucho mejor que con las revistas que iban consiguiendo de cuando en cuando, que en un par de días ya no servían para nada.

Se acercó al árbol bajo cuya sombra descansaban sus amigos escondiendo el libro a su espalda. Cuando estuvo junto a ellos, lo sacó de golpe con una sonrisa triunfal y sus rostros se iluminaron. Era justo lo que necesitaban para poder disfrutar durante las tórridas horas de la sobremesa. Lo estrenaría Gerardo, claro. Hiceron un semicírculo a su alrededor mientras él abría el libro más o menos por la mitad. Frente a él, una cuerda de rafia formaba un bucle colgada por ambos extremos de la rama más gruesa del árbol. Colcó en ella el libro, se sentó, y comenzó a columpiarse.

martes, 5 de agosto de 2008

Menudo día

Menudo día de mierda: el teléfono nuevo no funcionaba para las llamadas de voz, los del servicio técnico -un 902- descolgaban la llamada y luego no le atendían y Maite, su médica de cabecera, le mandaba al otorrino.

lunes, 4 de agosto de 2008

El sentido de las cosas

Por más escalones que subía sentía que no avanzaba. Su destino se veía tan cercano -tan lejano- como tiempo atrás. Se cansaba, sudaba, seguía luchando. Pero todo parecía en vano. A veces se desanimaba y se detenía. Y veía cómo se alejaba. Sólo le quedaba ponerse a caminar de nuevo, peldaño a peldaño hacia allí donde quería llegar.

··oOo··

Aún no había llegado al fondo. Por mal que se sintiera, por absurdo que pareciera todo, seguía descendiendo hasta lo más profundo. Quería ver que había abajo del todo. Sólo así calmaría su ansia y podría volver para salir. A veces caía y caía, golpeándose, llenándose de heridas que le daban fuerzas para seguir bajando. Otras se paraba, descansaba, y veía como se alejaba. Pero el fondo parecía inalcanzable, como si no existiera, como si nunca pudiera llegar. Y, sin embargo, veía a otros ahí abajo. Abajo del todo.

··oOo··

Jonathan fue despedido su cuarto día de trabajo por cabronazo. Había aprovechado la visita del colegio de educación especial para invertir el sentido de las escaleras mecánicas.

domingo, 3 de agosto de 2008

La puerta del destino

Sólo los más valientes -o los más desesperados- se atrevían a cruzar aquel umbral flanqueado por extraños signos luminiscentes en una lengua que desconocían. Habían llegado desde muy lejos, alimentados por las leyendas que hablaban de una tierra mítica a la que sólo se podía acceder a través de ese angosto paso. Muchos de ellos se habían quedado por el camino, sucumbiendo al miedo o muertos por las pruebas que no consiguieron superar. Y ahora, los que quedaban, se enfrentaban a los misterios que encerraba esa fatídica puerta. Por aquello que habían vuelto para contarlo sólo sabían que no había nada que uno pudiera hacer: los guardianes tomaban su decisión sin seguir lógica alguna. Por eso eran tan temibles. No había nada que uno pudiera hacer para prepararse para la última prueba.

Ahora era su turno. Ya no podía volverse atrás. Respiró hondo, se encomendó a sus dioses y se dirigió dubitativo hacia el puesto de control de inmigración.

¿?

Era ya la segunda vez que le pasaba: ¿que se le había olvidado el...? ¿el qué?

sábado, 2 de agosto de 2008

Alcohol y cerraduras

La cerradura se movía tanto que no había manera de atinar con la llave. Había bebido litros y litros de vino para celebrar la victoria con sus amigos y ahora, al volver a casa, estaba tan borracho que no podía abrir la cerradura. Su mujer, a quien no veía desde hacía semanas, le esperaba en la cama. Y él, un militar de rango, se veía incapaz de abrir la dichosa cerradura para estar con ella.

Tras unos cuantos intentos más -completamente fallidos- optó por mascullar unas maldiciones. Tiró la llave al suelo y se dejó caer sobre la cama. Mierda de cinturón de castidad.