lunes, 30 de junio de 2008

El Interrogatorio

La luz hería sus ojos enrojecidos por las lágrimas, la falta de sueño y el humo del tabaco. El tipo que llevaba toda la tarde haciendo de poli bueno se acababa de quitar la camisa salpicada de sangre y el poli malo dormitaba agotado en el sofá. Al contrario de lo que había esperado, no le dolían las muñecas atadas a su espalda sino los hombros. La postura era muy forzada y cada vez que trataba involuntariamente de escapar de los golpes, un latigazo de dolor le subía hasta el centro de su cerebro.

Los cabrones seguían insistiendo en que les dijera dónde se alojaba la chica. Pero el no se lo decía. Más de una vez las palabras estuvieron a punto de salir de su boca, el dolor era insoportable, pero al final se mantenía en silencio. Cómo siempre hacía. Esos dos matones no iban a conseguir lo que nadie había conseguido hasta ahora. Por mucho que se esforzaran no iba a hablar. Por más que le torturasen.

Y lo peor de todo es que al final, cuando se hartasen de su silencio, se lo cargarían. Seguro. Maldito tumor de laringe.

Crisis de la mediana edad

Estaba apoyado sobre la balaustrada de mármol mirando sin ver la puesta de sol por culpa de sus pensamientos. Los mejores momentos de su vida habían ido dando paso a estos tiempos casi aciagos en los que no veía sentido a nada de lo que había hecho y su misma existencia resultaba absurda, vacía. Todo cuanto había hecho parecía bueno en su día, y lo que era mejor: la gente parecía sinceramente agradecida. Y hoy en día, en lo que debían ser sus mejores años, los frutos se marchitaban y pudrían antes de haber madurado lo suficiente como para disfrutarlos durante su vejez.

El día acabó de ponerse y tuvo un escalofrío. Se sentía destemplado ahí fuera, solo. Dio media vuelta y se volvió a sus aposentos. Era muy duro ser el dios que creó a los hombres.

sábado, 28 de junio de 2008

Certeza

"¿Hay vida después de la muerte?"

Era una de las preguntas intrínsecas a la existencia humana. Los días de aquellos hombres que se dedicaban a filosofar giraban en torno a esa pregunta y a las que surgían de sus implicaciones de eternidad. Los envidiaba. Los envidiaba por tener esa vía de escape, esa ilusión frente a la certeza que regía su propia vida. Se acurrucó sobre el huevo. En un par de días resurgiría de sus cenizas. De nuevo.

Otra vida

Y para hallar el sentido de la vida sólo hay que pasar a través de la muerta

Tenía rozando su comprensión el mensaje que ocultaban esas misteriosas palabras pero no llegaba a cuajar. Sabía que estaba ahí; que la clave para entender el por qué de la propia existencia se hallaba a escasos pensamientos de ese momento. Pero se le escapaba. El papel que sujetaban los dedos amojamados de la anciana filósofa -de la momia que había dejado tras morir años atrás- debía encerrar la solución a las preguntas que llevaban media vida junto a él.

¿Cómo iba a pasar a través del cuerpo? No tenía sentido y, sin embargo, la vieja Dra. Ólafsson, no hubiera pedido que dejasen su cuerpo con una nota carente de significado. "Pasar a través de la muerta"... ¿qué querría decir? ¿Literalmente? ¿Qué sentido figurado le podía dar? No terminaba de encajar las piezas y ahí, entre sus dedos, se encontraba esa solución manuscrita. ¿Cómo la iba a descifrar?

Y con el tiempo surgieron nuevas generaciones de estudiosos que tratarían de resolver el misterioso mensaje que ocultaban dichas palabras: hubo corrientes que afirmaban haberlo descifrado, otras de tintes catastróficos que auguraban la muerte material para ascender el reino de los cielos.

Había que ver la que se había montado por una pequeña errata ortográfica.

viernes, 27 de junio de 2008

Caballos y jinetes

Por ahí no debería caber un caballo. Y sin embargo cabía. Menudo desastre. Los planes de ataque que había preparado se iban a venir abajo, y todo por culpa de ese chico que sabía manejar un caballo como nadie y se había colado entre sus filas.

A ver cómo salía de esta. No pensaba que el Ajedrez fuese tan adictivo.

jueves, 26 de junio de 2008

Extrañado

El tranvía llegaba con retraso. Mejor dicho, se retrasaba y no llegaba. En la parada sólo había una pareja de jubilados que ni se hablaban ni se miraban ni se tocaban. Sólo estaban juntos, invisibles y necesarios el uno para el otro. Y él se arrepentía de no haber llevado otro detalle que no fueran bombones. A las 4 de la tarde de un día de verano. De un día soleado y caluroso de verano. Y a él sólo se le ocurría llevar bombones a su cita. Bueno, podía haber sido peor, se le había pasado por la cabeza llevar una tarta helada que vio en la confitería. El tranvía seguía sin aparecer.

Era el sueño más estúpido que recordaba haber tenido. Claro que estaba influenciado por la cita que -por fin- tenía esa tarde con Marla, pero, ¿cómo iba a estar abierta una confitería a las 3 y media de un domingo?

miércoles, 25 de junio de 2008

Consecución

Vladimir lo había conseguido. Por la mañana había tenido lugar la ceremonia de coronación y ahora, desde lo alto de la torre del homenaje de su castillo, admiraba sus dominios hasta donde llegaba la vista. Había dedicado su vida a dejar de ser un simple campesino para llegar a convertirse en rey. Sus sueños se habían hecho por fin realidad y sintió que tenía todo lo que jamás podía desear.

Tras enjugarse las lágrimas saltó.

martes, 24 de junio de 2008

El mejor amigo del hombre

Esta vez se había pasado con la loncha de queso. Casi era un cubo más que una lámina, tan gruesa, o más, que las rebanadas de pan de molde que la envolvían. La verdad es que tenía un aspecto de lo más apetitoso. El calor había ablandado el queso pero no era tan fuerte como para hacer que sudara y desprendía un olor a cheddar irlandés curado que quitaba el hipo. Y el pan... para el pan se había dado el capricho de comprar un paquete de esos de siete semillas o algo así -ya no se acordaba- pero que estaba lleno de pipas, granos de trigo y otras chorradas que olían de vicio.

Luego estaba la botella de gran reserva. No era un rioja, ni falta que le hacía, pero un excelente vino añejo, de una buenísima añada de finales del siglo pasado (de hacía ocho años). La temperatura era perfecta, hacía un día primaveral y la botella dejó escapar su aroma en cuanto la descorchó. La dejó airearse unos minutos a la sombra y contempló el parque. Los del ayuntamiento habían hecho un buen trabajo con el merendero. Se levantó a por el periódico seguido de un Toby que movía frenético el rabo.

Bonifacio, el quiosquero, estaba de muy buen humor. Había venido su hija desde Sevilla a visitarle por sorpresa con el nieto y se iba a quedar una temporada mientras duraba la separación. Qué bien volver a tener una mujer en casa. Ya hacía tres años largos que había quedado viudo. Se despidieron y José volvió a la mesa. Toby le vio llegar y bajó de un salto de la mesa con el rabo entre las piernas para observarle desde la seguridad de las patas de hierro. No, no podía estar pasando lo que se imaginaba que estaba pasando. La botella estaba tumbada y había dejado un charco oscuro sobre la arena. El papel de aluminio que envolvía al bocadillo estaba destrozado por la mesa y no se veía rastro del queso. Sin decirle nada a Toby, se acercó a la bolsa de mano y sacó el paquete de rebanadas de pan. Quedaba media botella de vino.

Cuando terminó de comer pan y vino se sentía muy feliz, acariciando la cabeza de Toby. Ciertamente era el mejor amigo del hombre. La levadura. Pan, vino y cerveza.

lunes, 23 de junio de 2008

Los gatos del callejón

Todas las noches, al volver a casa del gimnasio, oía a los gatos del callejón peleándose y armando ruido. Le gustaba, sobre todo, porque era como un submundo entre las calles llenas de bullicio de la ciudad, un resquicio de tiempos anteriores. No eran callejas muy transitadas pero tampoco oscuras y que amenazaran con esconder ladrones, violadores, asesinos o políticos. Eran las típicas calles de un barrio residencial venido a menos.

Pero esa noche de lunes era distinto. No oía a los gatos y, sólo por eso, ya parecían calles más tristes, más hostiles. Sus pasos se habían vuelto vacilantes, inseguros. Empezaba a sentir un poco de angustia. En la siguiente esquina se paró. Tras pensarlo un rato y tratar de convencerse de que sólo era su imaginación finalmente tomó la decisión que quería evitar tomar. Apagó su nuevo MP3, se quitó los auriculares y echó a andar.

sábado, 21 de junio de 2008

La segadora

Le hubiera gustado saber de quién había partido esa idea tan absurda de un dios omnipotente, omnisciente, omnipresente y demás conceptos sin fundamento. Habían conseguido que la gente dejara de disfrutar de su existencia para preocuparse por vivir algo inexistente. Unos seres vivos que desarrollan la capacidad de abstraerse y escapar de la pura necesidad fisiológica y la utilizan para ni siquiera poder disfrutar de los placeres físicos. ¡Qué contradicción, qué despropósito!

Y ella, consciente de todo, tenía que pasarse los días segando con la guadaña, sabiendo que no hay tal dios y que la gente cuando muere deja de vivir. Sin más. Que lo único que importa es lo que hacen con sus vidas y que cielo e infierno están en cada acto, en cada pensamiento. Y que fuera de ellos no existen.

Aún tenía mucho que hacer. Y le gustaba lo que hacía. Se echó la guadaña al hombro y caminó hacia el grupo de hombres que comían y bebían junto al cobertizo a medio construir. Regueros de vino empapaban las camisas y cuerpos sudorosos y los rostros sonrosados mostraban los signos inequívocos de una buena borrachera. Llegaba el momento de ponerse a trabajar.

Alzó su guadaña y la dejó caer acompañándola del giro de su cuerpo. Aún quedaban varias fanegas de trigo por segar.

Menuda pieza

Tenía los labios más gruesos y apetecibles que había visto en mucho tiempo. Y unos ojos enormes que destacaban entre las demás caras. Tenía que ser para él, fuera como fuera. Por los rasgos, debía ser marroquí, de sangre mediterránea. El color de su piel, las curvas de su cuerpo... Todo era apetecible.

Jamás hubiera creído poder encontrar semejante maravilla en un supermercado. Tragó saliva y se acercó al mostrador. La chica le dirigió una sonrisa. Ufff, le pegaría un mordisco ahí mismo. Pero no, mejor esa noche.

Matías estaba encantado. Menudo besugo había comprado.

jueves, 19 de junio de 2008

Ojos en la oscuridad

Dos ojos le miraban desde la oscuridad. No podía verlos pero estaba completamente seguro de su presencia. Desde pequeño le asustaba la oscuridad y, aunque con el paso de los años había conseguido aparcar sus miedos, esa noche estaban saliéndosele con toda su furia. Justo esa noche, en la que había conseguido traerse a Lucía a casa.

Lucía respiraba unos metros por detrás, apoyada en el quicio de la puerta. No quería asustarla. Tampoco quedar como un cobarde. Así ella no se quedaba sola en la oscuridad. Ni linternas, ni mecheros, ni cerillas. Nada. No había nada.

Y en la sombra seguían esos dos ojos. Recordó cuando, de pequeño, sintió su mordida. Miró a la muerte a los ojos pero ella se dio la vuelta. Y ahora, casi veinte años después, volvía a enfrentarse a ellos, en el sótano, completamente a oscuras.

Lucía le preguntó que si estaba bien. Contestó que sí, que no se preocupara y que pronto habría acabado todo. Se topó con la pared y la fue recorriendo lentamente hacia la derecha hasta tropezar con la lavadora. Su corazón estaba a mil. Agarró la lavadora y tiró de ella varias veces hasta separarla de la pared. La sangre golpeaba sus oídos. Se mareó y acuclilló. A pocos centímetros estarían los ojos, mirando, esperando lanzar su dentellada y esta vez acabarían con él.

Acercó la mano, temblando. Las yemas de sus dedos tocaron polvo y telarañas. Y algo frío. Y algo que olía a cuerno quemado. Aguantó la respiración y alargó la mano un poco más.

Sus dedos se cerraron en torno a una cabeza aplanada y rígida. No lo pensó más y tiró hacia fuera. El mundo se detuvo.

-Ya está, Lucía. Ahora subo -se secó el sudor de la frente con la cintura de la camiseta. Respiró hondo para calmarse y volvió hacia la escalera. Encontró el interruptor general y volvió la luz. Sólo entonces se acordó de que al saltar los plomos por la lavadora el enchufe se había quedado sin electricidad y no podía dar calambre.

El río

Entre ambos pueblos discurría un río que los separaba. Los hombres del gobierno decidieron contratar a un ingeniero para que diseñase un puente que los uniese y potenciar el desarrollo de la zona.

Los lugareños se sentían muy afortunados de vivir en dos pueblos unidos por un río.

martes, 17 de junio de 2008

Antonio

Estaba bastante harto de encontrarse todos los días con que la vecina acababa de bajar la basura en el ascensor cuando él llegaba de trabajar. Todo el día oliendo a pescado -y no muy fresco precisamente- y, cuando por fin llegaba a casa, hale, el ascensor apestando. Y no es que viviera precisamente en un mal barrio, pero la mente de aquella anciana debió quedarse en tiempos de Franco mientras su cuerpo seguía inmerso en la corriente del tiempo.

En el fondo le daba pena que la pobre mujer viviera así, sola, sin que nadie la cuidase y le ayudase a mantenerse aseada. Y qué podía hacer él, ¿acercarse un día a charlar, arriesgándose que la señora le invitase a tomar café?

La vida era así de perra. Mejor no pensar más en las desgracias ajenas. Debía centrarse en ser un buen ginecólogo para llegar a montar su propia clínica.

Pizza

De las tres variedades de porciones de pizza que quedaban de la sólo le gustaba una. Y no mucho. Decidió no tomar nada y salir a dar una vuelta por el barrio. Las calles estaban vacías y sólo se cruzó con los del camión de la basura en todo el paseo. No había nada abierto y pensó en ir volviendo al local.

Otro mendigo hurgaba ya entre los restos de pizza.

lunes, 16 de junio de 2008

Momentos

Se sentía tan a gusto con ella que el tiempo parecía haberse detenido. No fue hasta que llegó a casa que se dio cuenta de que se le había parado el reloj.

sábado, 14 de junio de 2008

Decepción

Su primer día de trabajo resultó ser una gran decepción. Estaba hasta las narices del procesador de textos. Él, tan perfeccionista, y teniendo que escribir casi todos los informes con el estilo por defecto.

viernes, 13 de junio de 2008

Manzanas

Lo más curioso de todo es que no era capaz de encontrar ni una sola manzana en todo el pueblo. Limones, peras, papayas, ciruelas, naranjas, plátanos, chirimoyas... Cualquier fruta que quisiera la tenía en los puestos del mercado. Lechugas, acelgas, cardos, berenjenas, cebollas, calabazas, pepinos... Carne de cerdo, de pollo, de vaca, de oveja, huevos... Como cualquier mercado normal. Pero no había manzanas. Buscó por el mercado; callejeó por las calles más grandes y las más pequeñas. Pero nada. Ni una manzana.

Era el pueblo más curioso que había visitado en estas vacaciones. En toda su vida adulta, vaya. Un pueblo aparentemente normal, tirando a grande en su contexto geográfico, pero con esa peculiaridad: no había manzanas. Claro que en otras culturas existían pueblos que las desconocían, pero era el primer lugar de la Europa contemporánea en el que se había encontrado con esta realidad. Y vaya si era chocante. Sus colegas de la universidad iban a quedarse boquiabiertos cuando vieran las fotos. Todo un pueblo de casas sueltas, sin agruparse en manzanas.

Ronroneo

Lo peor del autobús era que, a las horas que lo cogía, se convertía en una diabólica máquina de darle sueño. Siempre se pasaba de parada y, al final del trayecto, el conductor le despertaba, le hacía bajar del vehículo y le recogía 15 minutos después tras dar una vuelta a la rotonda y quedarse charlando con otros conductores. Luego ya, cabreado, llegaba más o menos despierto a su parada.

Primero decidió ponerse la alarma del reloj. No la oía.

Para los siguientes días se compró un reproductor de MP3. Le ayudaba a dormir aún mejor al aislarlo de los ruidos.

Después se grabó a sí mismo ordenándose despertar y la programó para que sonara en el minuto 42 desde que daba al play. Funcionó. Durante dos días. Le robaron en cacharrito.

Trataría de ir andando. A las dos horas del primer intento, éste se convirtió en el último. Pagó un taxi -que gracias a Dios paró- para que le llevara a casa.

Finalmente, encontró la solución. Esa noche volvió a casa despierto, fresco, feliz. Le habían echado del trabajo. Por dormirse en el puesto.

miércoles, 11 de junio de 2008

Tierra

Cada vez que dejaba de llover salía fuera de la choza a corretear entre los charcos y el olor a tierra empapada. Olía a vida. Se sentía feliz.

Años más tarde, la vida se le derramaba en la trinchera. Sonreía.

Sola en el puerto

El tubo de pasta de dientes era su única esperanza frente a los hombretones que se le acercaban desde el muelle. Lo sacó del bolso, lo desenroscó y el pequeño precinto se le escapaba de los dedos. Los cinco hombres se acercaban directos hacia ella. Mientras seguía tratando de quitar el precinto sin caer en la histeria pensó en por qué se decía que salir corriendo era peor, si cuando alguien venía a partirte la cabeza lo único que podía evitarlo era darle esquinazo. Era la posibilidad de la salvación frente a la certeza de una paliza. Y lo de que le fueran a pegar más fuerte por intentar huir no lo veía muy convincente.

Logró enganchar el precinto entre las uñas y tiró de él hasta soltarlo. Bien, ya estaba abierto el tubo. Aunque no entendía el idioma, sabía que era ruso lo que hablaban. Podría defenderse en Inglés.

A esas horas no se veía un alma por el puerto y encima su compañera le había dejado sola. Que fuera lo que Dios quisiera. Chupó la boca del tubo de dentífrico y apretó hasta que le saliera un buen chorro. Masticó la pasta con asco, moviéndola entre los dientes. Tragó. Sintió arcadas pero aguantó el tipo. Llegaron los rusos. La suerte estaba echada.

No estuvieron mucho rato con ella pero se fueron satisfechos entre risas; la ropa que llevaba ayudaba a realzar sus cuerpo veinteañero y esa boquita que tenía hacía milagros... Eso sí, se prometió a sí misma no volver a tomar alioli mientras le durase el trabajo de azafata en el punto de información.

martes, 10 de junio de 2008

Incómodo

No entendía nada de lo que decía el cura. Mira que había estado en misas, pero este párroco, en vez de hablar de justicia, solidaridad o amor a los demás, no paraba de despotricar contra el gobierno, la sexualidad de la gente o la pérdida de los valores morales. Y luego se quejaban de que la gente ya no iba a misa. Si es que era normal; lo que una vez fue medicina para el alma, ahora era una mera rutina para perpetuarse en su escalón social.

Ya no se sentía cómodo en su iglesia, colgado semidesnudo de la cruz.

domingo, 8 de junio de 2008

Amargura

Era ya de noche cuando terminó de trabajar. Después de todo un día dando vueltas llevando cosas de un lado a otro, necesitaba descansar. No le apetecía nada prepararse la cena, le hubiera gustado un poleo para meterse en la cama calentita, pero no había ninguno en casa. Perra vida.

Su hermana había nacido con estrella, y con su figura estilizada, no tardó en encontrar trabajo en una tienda de decoración muy pija. Y ella, fuerte y gorda, a trabajar en los almacenes del puerto, cargando y descargando contenedores. Esta harta de trabajar en la grúa, estaba harta de todo. Mierda de vida.

Era una polea muy infeliz.

sábado, 7 de junio de 2008

Asertivo

Hasta en cuatro ocasiones había tenido que acercarse a la caja central por culpa de la chica que le había sellado la garantía del microondas. Ya estaba harto, esta quinta iba a ser la última, no iba a pasarse toda la semana yendo y viniendo de casa al súper -con los kilómetros que suponía- sólo por no saber dejar las cosas claras.

Después de aparcar fue directo a la caja central. Estaba la chica de la otra vez. Perfecto.

Volvía feliz a casa. Lo había conseguido. Cenaban juntos el viernes.

viernes, 6 de junio de 2008

Miedo y curiosidad

Cada seis pasos se paraba a escuchar aguantando la respiración. Si no oía ningún ruido, caminaba otros seis pasos. Si lo oía, contaba hasta diez y daba dos hacia atrás.

Acababa de volver al punto inicial.

Se sentía atrapado entre el miedo y la curiosidad malsana del que, aún sabiendo que lo que le espera es nefasto, no puede dejar de llegar hasta el final. Se había arriesgado al entrar hacía ya demasiado tiempo y no tenía sentido lamentarse de la situación.

Y venció al miedo.

Se levantó de la butaca jurándose no volver nunca a una obra de teatro experimental.

El ciego que sí veía

Si hubiera levantado la cabeza se habría dado cuenta de que la fila caminaba en círculo.

jueves, 5 de junio de 2008

Suicida

(Aquí estaba escrito hace unos minutos mi primer intento de relato suicida. Fue un éxito)

martes, 3 de junio de 2008

Rabia cegadora

De pronto, estaba a oscuras.

Ninguna de las baterías estaba cargada. Joder, su puta madre. El imbécil del becario no había comprobado el equipamiento tal y como le dijo que hiciera cada noche antes de acostarse. Y ahora estaba él ahí, después de un buen madrugón, en una cámara mortuoria que nadie vivo había pisado en los últimos... ¿Cómo saberlo, si no podía estudiarla?

Al mechero aún le quedaba suficiente gasolina como para dar fuego durante unos minutos. Lo alzó con la esperanza de que al hacerse sus ojos a la oscuridad pudiera ver algo. Pero no. La llama parpadeaba demasiado y no llegaba a iluminar ni el techo ni las paredes más alejadas. Y mejor que la conservase para el camino de vuelta. Por si las moscas. Agarró el cordel que había ido desplegando y lo siguió para regresar.

Su cabreo iba creciendo con cada nuevo pensamiento que le dedicaba a la ineptitud de aquel estudiante. Sus pasos levantaban nubes de polvo que dormía desde hace cientos o miles de años y por culpa del imbécil no podía disfrutar de ese pensamiento tan poético, tan simbólico. Maldita la hora en la que se lo trajo a Siria.

Por fin salió a la débil luz del sol recién puesto. El calor ya no era agobiante. Se hubiera cagado en Dios de haber sido así. Enfiló el camino del campamento donde ya brillaba la luz de la lámpara de gas. Se iba a enterar el mierda ese.

Cuando Julie llegó en el todoterreno se encontró a Tomek, el becario, leyendo a la luz de la lámpara junto a una taza de té. Después de saludarlo se acercó a la tienda del profesor. En el interior podían oírse unos sollozos. Se fijó en el Post-it pegado en la puerta: "comprar bombillas".

lunes, 2 de junio de 2008

Antes de la civilización

Le encantaba ver cómo cada carámbano que caía se partía en cientos de destellos bajo la luz del sol. Parecía que por fin acababa el invierno y pronto los caminos estarían de nuevo abiertos. Estiró su cuerpo envuelto en la piel de oso y pensó en las próximas piezas que cazaría para comer y dar de comer a los suyos.

Aún hacía mucho frío, así que se sentó junto a sus hijos. Dormían. Se tumbó junto a ellos. Un ratito.

El sol ya asomaba por encima de las copas de los árboles y los mellizos se habían puesto a jugar. Se estiró, bostezó y se acercó a los oseznos.

domingo, 1 de junio de 2008

Un pequeño fallo

Se sentía el vampiro más desgraciado del mundo. En realidad, el más estúpido. Claro, ser el único vampiro de un importante lugar turístico era algo de lo que sentirse contento. Sangre fresca y variada y nunca diezmaba a la población local. Al menos en teoría.

Lo que fallaba era haber elegido como su hogar el Cabo Norte en Noruega. Turistas que venían a ver el sol de medianoche.

¿De dónde?

Lo mismo de las últimas noches: una gotera que no callaba y que no había manera de localizar. No es que sonara muy alto pero precisamente por eso era tan molesta: en vez de obviarla, uno tendía a poner todos los sentidos en escucharla. Y vaya si era molesta. Estaba seguro que durante el día no desaparecía sino que quedaba oculta por los ruidos habituales, pero eso no dejaba de ser sólo su opinión y podía estar equivocado. Pero llegaba la noche y cuando el último vecino se hartaba de la tele aparecía en todo su esplendor.

Plic. Sonaba burlona. Plic. Plic. Ahí estaba. No esperaba lo contrario. Encendió la luz, se sentó en la cama para ponerse las alpargatas y agarró la barra de metal que, desde que le atacaron los ladrones y le dieron una paliza, llevaba siempre consigo.

Nada, del baño no venía el ruido: lavabo, bañera y bidé estaban secos y tampoco era la cisterna del váter. Y el goteo se oía igual de lejano que en su cuarto. Por el pasillo principal escuchó un par de gotas. Ahí no había grifos ni nada. Pero las había escuchado, seguro. Y no podían venir de su cabeza, no estaba loco.

El fregadero de la cocina sí que estaba mojado -había fregado los cacharros de la cena- pero mientras vigilaba el grifo de cerca no salió ni una gota y el ruidito proseguía. La nevera. Eso debía ser, cómo no se le había ocurrido antes. Cogió una silla y la colocó frente a ella. Se sentó y retó en silencio al electrodoméstico. El murmullo del motor era perfectamente audible. Pero no goteaba. De ahí no venía el ruido.

A las tres de la mañana el sueño podía con él. Mañana llamaría a un profesional porque así no iba a descansar ni un día. Subió de nuevo a la habitación, dejó la barra junto a la cabecera de la cama y se acostó. Mierda, se le había olvidado. Encendió la luz, se incorporó y cambió la botella casi vacía de suero por una nueva.

Se acostó y durmió.