sábado, 31 de mayo de 2008

Ocaso

Tumbado en esta roca admiro emcionado lo hermosas que son las nubes. Las montañas, majestuosas, se difuminan hacia el horizonte de poniente. Y los cúmulos que vienen desde el norte las empequeñecen.

Pronto se pondrá el sol. Y aunque debería estar bajando al campamento, no lo haré. Pocos hombres han disfrutado del último día de su vida como lo estoy haciendo. Roto, sobre una roca de las montañas que amé.

viernes, 30 de mayo de 2008

Instrucciones

Las instrucciones eran bien claras: abrir el paquete, rellenar el impreso, meterlo en el sobre pequeño y depositarlo en el buzón.

Lo que no tenía tan claro era de qué rellenar el impreso. Mañana iría a la charcutería.

jueves, 29 de mayo de 2008

Pizza

Le dejó casi dos euros de propina y se fue a la mesa donde tenía ya preparado un cubierto y una botella de vino descorchada pero que aún no había servido. Por fin iba a comerse una pizza, a sus 47 años de edad. En el fondo no sabía por qué renegaba tanto de ellas ya que, aún siendo comida basura, tenían un cierto encanto, un toque de sincera ilusión infantil. Y algo de ilusión es lo que necesitaba, que su trabajo como profesor de filosofía era de lo más descorazonador del mundo. Parecía que ya a nadie le importaba que hubiera un orden en el Universo, una razón por la que las cosas eran como eran y por la que teníamos -unos más que otros- la capacidad de cuestionar y razonar. A la gente ya sólo le importaba el día a día, la apariencia y el consumo de una cultura prefabricada que ahogaba el razonamiento.

Y qué leches, que le había dejado su novia -por maniático y cansino, decía- y se iba a dar el gustazo de comerse una pizza. Con dos cojones. Y a beber vino y ver alguna película en el ordenador y perder un poco el tiempo y desconectar la razón. Se sentó a la mesa, alzó la tapa de cartón, y le saltó a la vista un espectáculo dantesco: un círculo deforme con seis rodajas de pepperoni colocadas caóticamente en primer plano y un fondo de otros ingredientes anodinos. Pero lo que más le chirriaba eran los tres cortes que dividían la pizza en seis trozos desiguales. De algún modo, quien preparó su pizza había conseguido destrozar el sentido estético de la perfección del círculo. Joder, ¿qué costaba poner un poco de empeño y dividirla en tres diámetros equidistantes?

Se sirvió un vaso de vino que se tomó de dos tragos y miró de nuevo. Ahí estaba su cena, aberrante. Y con un olor delicioso que le llenaba la boca de saliva. Acercó la nariz a la caja de cartón, cerró los ojos, y aspiró. Ahora, a empezar a comérsela por un extremo.


Los detectives miraron extrañados al forense. ¿Pero cómo iba a haber muerto la víctima de inanición si estaba sentado ante una pizza?

miércoles, 28 de mayo de 2008

Hermanos

Dormía con una sonrisa que le confería al rostro un aspecto apacible que incluso le despertaba una cierta simpatía que no quería sentir. Mientras su hermano seguía durmiendo a pierna suelta como hacía desde que era pequeño, a él le atormentaban los pensamientos fratricidas que tenía. Todos sus males eran por culpa de ese que roncaba a su lado. Seguramente podría haber sido un chico normal de no tener que cargar a cuestas con él, siempre, a todas partes. Menuda mierda.

No quería tener un hermano. Y mucho menos siamés.

martes, 27 de mayo de 2008

Pueblecito

Las albóndigas estaban realmente malas pero no quería contrariar a la anciana que estaba sentada al otro lado de la mesa mirando con atención cómo comía y preguntándole -otra vez- sobre él y sobre cómo había llegado hasta la aldea.

Wilfred le sonreía y le contaba cosas acerca de cómo había dejado todo atrás para dedicarse a viajar por el mundo, los detalles más interesantes sobre sus aventuras y cualquier otra cosa que le permitiera dejar de comer durante un rato hasta que la mujer le conminase a tomar otro bocado.

Y es que era mejor tenerla contenta. No quería seguir comiendo albóndigas hechas de sus extremidades mutiladas por la vieja.

lunes, 26 de mayo de 2008

Cuando el tiempo se detuvo

Todos miraban boquiabiertos el reloj de la pared como si nada más importante pasara en el mundo. Las manecillas indicaban las 11:59 de la noche y el segundero, rojo, se arrastraba con esfuerzo hacia la medianoche. Cada segundo parecía más largo que el anterior y el silencio -salvo por los silbidos que escapaban de los bronquios del Juan, el abogado que había llevado el caso- era denso y agobiante. Faltaban menos de diez segundos y, francamente, el segundero presagiaba lo peor. Las miradas, furtivas, trataban de adivinar los pensamientos de los otros. No podía estar sucediendo. Pero sucedía.

El segundero estaba claro que no iba a poder llegar al cenit de su recorrido. ¿Dónde se quedaría? Aún no había llegado a menos cinco, le quedaban un par de saltos que sería incapaz de dar. Pero dio uno y se oyó una risita floja. Después, se detuvo definitivamente. Se miraron unos a otros, dudando entre el miedo supersticioso y las ganas de estallar en risas.

Fue Lucio quien dio el primer paso. Alzó el cuenco y se llenó la boca de uvas. Los demás le imitaron. Un fin de año que jamás olvidarían.

sábado, 24 de mayo de 2008

Nepente

Como cada noche, abría una botella tras otra y bebía hasta perder el conocimiento. Así conseguía olvidar las terribles secuelas de sus actos.

Nunca debió crear a los hombres.

viernes, 23 de mayo de 2008

13

Las campanadas siempre eran trece. Desde que le ingresaron en esa clínica de un pueblucho de las afueras de Mulhouse, se despertaba poco antes de la medianoche esperando -temiendo- oir de nuevo ese nefasto número de campanadas. Por el día veía pasar decenas de personas atareadas con sus asuntos. Aunque le sonreían, sabía que eran muecas falsas y que escondían intenciones horribles pero, por algún motivo, seguían fingiendo a pesar de su indefensión. ¿Qué querrían de él?

La camiseta estaba completamente empapada y pegada a su piel. Era la misma pesadilla de el día anterior en la que las enfermeras se acercaban con unas jeringuillas llenas de un líquido verdoso a su cuerpo paralizado. Se paraban junto a la cabecera de su cama, se inclinaban sobre él y exhalaban su aliento podrido mientras acercaban las agujas a sus ojos. Podía sentir la punzada de las agujas. Y se despertaba.

Su respiración seguía entrecortada cuando sonó la primera campanada. A la cuarta se cubrió la cabeza con la almohada. Ocho tañidos y ya se imaginaba a los espíritus hambrientos esperando a que su alma se separase de su cuerpo. Con la decimoprimera estaba seguro de que entrarían las enfermeras. Una campanada más y el tiempo se detuvo una eternidad.

Sonó la siguiente y aguantó la respiración hasta que no pudo más. Trece campanadas de nuevo. Y un nuevo día en su horrenda rutina cíclica.

El párroco era un buen hombre, pensaba la madre de André. En esos tiempos no era fácil para una viuda sacar adelante a un hijo con un fuerte retraso mental. Y a André le hacía mucho bien sentirse útil como monaguillo. Aunque no supiese contar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Requesón

El problema de mandarlo todo a la mierda era que, al día siguiente, se ponía a recoger los restos de su relación y, claro, estaban completamente pringados.

Las cosas le fueron mucho mejor cuando aprendió a hacer lo que le salía de los cojones.

Una vida con sentido

Era ya muy anciano y le costaba un esfuerzo terrible levantarse antes del alba y caminar un rato hasta lo alto de las lomas para ver salir el sol. Toda una vida haciéndolo, todos los días lo veía salir. Pero eso no significaba que tuviera que ser así siempre. Cabría el caso que algún día, por fin, el sol dejara de asomar por levante. Y entonces verían los locos de la aldea cómo él tenía razón y que, en vez de estar perdiendo el tiempo toda una vida, debían haberse preparado para ese momento.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Acomodado

He ido a almorzar,

vuelvo en 15 minutos




ponía en el cartel que colgaba de la puerta. Y él ya llevaba ahí esperando más de tres días, le dijo al nuevo.

Desde que le habían hecho fijo, San Pedro ya no era el mismo.

martes, 20 de mayo de 2008

Al acecho

Felipe estaba muy emocionado con su primer día de trabajo. Por fin iba a ganar su propio dinero.

Las cosas cambiaron cuando se vistió con su uniforme y se ajustó las armas al cinturón. Sus manos no dejaban de estar frías y húmedas como peces muertos y, por más que se secara el sudor en los pantalones, en medio minuto volvían a estar igual.

Era horrible la sensación de estar en la garita iluminada en mitad de un terreno en sombras. Se sentía observado, estudiado, acechado. Hubiera salido a fumarse un cigarro y estirar las piernas pero la sensación de pánico crecía por momentos. Tras pensárselo durante unos minutos, apagó las luces y se quedó completamente a oscuras, recostado sobre la mesa y mirando atentamente por la ventana.

Ahora sí podía ver la silueta de los depósitos recortados contra las estrellas. Todo estaba quieto.

La luna se asomó una media hora después y bañó todo de una luz mortecina que mataba la sensación de profundidad y aumentaba el contraste con las zonas en sombra. Hubiera jurado que por el rabillo del ojo vio en varias ocasiones una figura corriendo pero no lograba reconocerla. Estaba prohibido fumar en la caseta de guardia pero el ansia era tremenda. Masticó un cigarro a ver si la nicotina le pasaba a la sangre y le calmaba un poco. Finalmente, le comenzó a picar la cabeza y, por más que se rascaba, cada vez picaba más. No pudo evitar morderse las uñas.

Luis llegó cinco minutos antes al cambio de turno. Le extrañó no ver al nuevo y entró en la caseta. En el hueco bajo la mesa encontró durmiendo en posición fetal a un chaval con el rostro cubierto de lágrimas y mocos. Tenía la cabeza llena de calvas donde el pelo había sido arrancado y arañazos que cubrían la piel de sangre reseca. Su madre le agarraba y acariciaba un de las manos vendadas. Tenía las uñas arrancadas y en algunos dedos se llegaba a ver el hueso.

Ya fue por la tarde cuando, arropado por su familia, Felipe les habló de su primera noche de trabajo. Había sido completamente tranquila.

lunes, 19 de mayo de 2008

Por la noche en la residencia

¡Cuántas veces había soñado con volver a vivir esos días! Ahora tenía que comerse todo el puré para que la imbécil de Lorena no le escogiese como víctima del día y lo acostase a las siete y le dejara a oscuras. No soportaba ser un anciano que ya vivía más de lo necesario. Al menos aún podía moverse por la residencia sin más ayuda que el pasamano que recorría las paredes.

Eran las 19:10 y ya estaba a oscuras en su habitación. Sería puta... De esa noche no pasaba, no tenía por qué soportarlo nunca más. Trató de dormir un rato, hasta que todo quedara en silencio, y entonces lo haría. Ocupó su mente con recuerdos de su juventud y su valentía en la guerra. En unas horas, volvería a ser un espía llevando a cabo una peligrosa misión.

Según su reloj eran casi las tres de la mañana cuando despertó. Posó la oreja en la puerta y aguardó unos instantes en silencio aunque presentía que no era necesaria tanta precaución. Salió al pasillo y avanzó hacia la cocina arrastrando las pantuflas sin hacer ruido. Llegó y entró sin ningún contratiempo. Podía encender las luces, la puerta cerraba bien y no saldría luz fuera. Llegó donde guardaban los utensilios y le costó decidirse entre el cuchillo jamonero y las tijeras de pescado. Cogió las dos y, por un momento, se sintió vivo de nuevo.

Llegó de vuelta a la habitación sudoroso y con taquicardias. Ya estaba hecho y no había vuelta atrás. Se metió en la cama aún sabiendo que no iba a poder dormir. Ya nadie le iba a martirizar con el puré de los cojones.

Durante toda esa semana no hubo puré. Alguien había cortado los cables de la batidora, el robot de cocina y la Thermomix.

sábado, 17 de mayo de 2008

Solo ante el peligro

Las estrellas debían brillar por detrás de las nubes pero en esa loma la noche era húmeda y oscura. En aquél edificio solitario sólo quedaban tres, el resto de sus compañeros había desertado. Los dos compañeros que le quedaban dormían mientras él hacía guardia mirando por la ventana aunque él sabía que era estúpido pensar que nadie pudiera acercarse y pillarlos por sorpresa una noche en la que no se veía nada y se oía todo.

Esas noches en las que la tensión desaparecía le gustaba quedarse a solas con sus pensamientos, recordando todos aquellos libros que aún no había leído, ciudades que no había visitado y mujeres que no había conocido. Cuántas vidas habrían destrozado las guerras, cuántos jóvenes habían muerto luchando sin saber por qué lo hacían...

Un motor se acercaba a toda prisa aunque aún no alcanzaba a ver la claridad de ningún faro. La adrenalina invadió sus venas y saltó de la ventana a despertar a sus dos compañeros. La luz de unos faros iluminó la pared del fondo. No había tiempo, del camión bajó gente pegando gritos en un idioma que no entendía pero le era ya tristemente familiar y se preparó para lo peor.

Otro accidente de los rumanos y él era el único traumatólogo del servicio de urgencias del ambulatorio. El resto se había escapado a ver el concierto de Bruce.

viernes, 16 de mayo de 2008

¿Ves?

Su hija tenía sus ojos. Era la cosa más preciosa que había visto hasta que se los sacó.

Humanidad

Le gustaba guardar las tripas de los boquerones para sus gatos. No es que fueran suyos en el sentido estricto de la palabra pero con el paso de los años se había convertido en una arraigada tradición felina que arremolinaba por las noches a decenas de gatos en las escaleras de piedra de su casa.

En estos últimos años de su vida sólo le dolía una cosa. La gente decía de él que era un mal hombre por las atrocidades que había cometido durante la guerra. La gente no quería asumir lo que era un hombre.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Perra vida

No le gustaba nada eso de tener que aguantar la visita de los doctores todos los días. Vale que su padre le repetía orgulloso que era alguien muy especial y que por eso mismo tenía a tanta gente pendiente de él, pero lo que verdaderamente deseaba era salir de aquella habitación en la que se encontraba rodeado de aparatos, cables y luces y un incesante goteo de personas. Gracias a Internet casi casi podía decirse que había visitado medio mundo, pero lo que él deseaba era salir de aquella habitación en la que llevaba toda la vida y sentir el aire fresco, el calor del sol, mojarse en el mar.

Llegó un momento en el que su carácter se fue volviendo más arisco, más huraño, más reservado. Se iba dando cuenta de que nunca saldría de ahí y que su vida era una aberración y que con el paso del tiempo las cosas seguirían yendo a peor. Decidió que esa noche sería la última que pasaría encerrado en esa sala aunque fuera incapaz de moverse por sí mismo. Sería a las diez, con el cambio de turno.

A las 22:07 el catedrático Frank Neumann recibía una llamada procedente de la universidad mientras dormitaba acurrucado con su amante. Algo muy extraño había sucedido: el superordenador en el que tenía lugar el experimento de inteligencia artificial había salido despedido por la ventana del laboratorio y apareció estampado entre los rododendros diez metros más abajo. Las copias de seguridad habían sido borradas. Adiós Premio Nobel.

El mejor amigo del hombre

Mientras barría la sacristía Marcelino pensaba que de haber nacido medio milenio antes, hubiera sido un jorobado tuerto y cojo que no podría salir de la iglesia sin que los niños le apedrearan. Pero no tenía esa suerte; los niños preferían cambiarse de acera o dar media vuelta. Cuando terminaba sus tareas de limpieza y salía a la calle sentía que dejaba de existir. La gente se movía a su alrededor esquivándole al pasar sin que se cruzasen las miradas ni una sola vez. En el autobús, picaba el bono y se quedaba agarrado a una barra hasta que llegaba su parada. Sólo se sentía feliz cuando llegaba a casa y Misco saltaba del sofa y se abalanzaba sobre él a lamerlo y olisquearlo y llorarle y reprocharle que le hubiera dejado solo todo el día. Ciertamente el perro era el mejor amigo del hombre, su único amigo.

Misco oyó el ruido de las llaves en el rellano y saltó a recibirlo a la puerta. Lamió y olió a Marcelino. ¡Qué ansia! ¡Qué aroma! Y mira que era feo el cabrón pero pronto moriría de cáncer y saborearía esa carne.

martes, 13 de mayo de 2008

Excitación

Cada mañana esperaba en el andén mientras ojeaba a su presa. En cuanto identificaba una se acercaba a su zona y cuando llegaba el metro aprovechaba para entrar tras de ella y ponerse a su espalda. Si había suerte, la chica se daba la vuelta. De cualquier modo, la masa de gente que entraba hacía la magia y aplastaba sus cuerpos. Entonces notaba como su polla crecía por la pernera del pantalón y quedaba separaba tan sólo por dos finas capas de tejido de esa carne que deseaba. El vaivén del vagón aumentaba el roce y unos instantes más tarde cerraba los ojos, se mordía el labio inferior y se corría sin dejar de apretar la pelvis hacia delante. El semen que impregnaba su ropa y vello púbico se enfriaba poco después y a lo largo del día sólo tenía que meter la mano en su entrepierna y oler y chupar sus dedos para excitarse de nuevo.

Nunca tuvo problemas en el metro. Y las chicas estaban encantadas con aquel cliente que nunca quería ni penetración ni felación.

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Por qué?

Tenía gracia: llevaba años sin recordar los sueños y hoy se había despertado con el recuerdo vívido de nísperos dorados.

sábado, 10 de mayo de 2008

Profesional

Los pellejos se mezclaban con huesos y algo pegajoso por todo el suelo. En sus más de treinta años de profesión jamás había visto un espectáculo tan desolador. En momentos como éste sentía ganas de dar media vuelta y mandar a la mierda su trabajo; ¿cómo podía haber gente así? Pero era una profesional y no iba a permitir que su estómago le arruinara el trabajo.

Se colocó una mascarilla, recogió su pelo bajo un gorro de papel y se enfundó sendos guantes de látex. Cogió sus herramientas y comenzó a barrer los restos de altramuces y aceitunas.

Azar

Cuando arrojaba una moneda al aire sentía que todo el universo se ponía en funcionamiento. De el lanzamiento de esa moneda dependía su siguiente movimiento. Sólo el azar determinaba la cadena de acontecimientos que seguiría, el Universo que quedaría conformado en ese instante y que sería distinto al que hubiera existido de haber caído la moneda del otro lado.

Por eso Monsieur Hasard sufrió una embolia el día que cambiaron las cabinas de teléfono de su ciudad por unas de sólo tarjeta.

viernes, 9 de mayo de 2008

Tapando

Siempre se había preguntado por qué los verdugos llevaban una capucha que les ocultaba por completo la cabeza. Ahora lo sabía. De no ser por la tela negra que le cubría la cabeza los asistentes a la ejecución hubieran visto su rostro de pánico en el momento de la ejecución, en el instante en el que el ya difunto le miraba más allá de los ojos y sonreía.

jueves, 8 de mayo de 2008

Visitantes del espacio

Se sentía tremendamente violento teniendo que seguir el paso de los demás pero tenía que hacerlo o se descubriría. La vida le iba en ello. Iban a un ritmo muy rápido y las raíces y piedras le hacían mucho daño. Su corazón bombeaba sangre a pleno rendimiento y los latidos en sus sienes acallaban los ruidos de la carrera. Su mente estiraba los segundos pero el entorno parecía volar a su alrededor. El ritmo era frenético y su visión se había reducido al culo del que tenía corriendo delante.

Sin previo aviso, llegó la paz.

Y el azote de las olas que lo engulleron.

Así acabó -fallida- la primera misión de reconocimiento de los visitantes de Gliese 581 c. Entre lemmings.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Disfrutando del silencio

El silencio de aquel lugar de la ciudad era reconfortante. Tan sólo le separaban unos metros y un muro de las calles llenas de rostros sin nombre, desconocidos, que día tras día repetían la misma rutina sin ser conscientes de su existencia. Él era especial. Le encantaba, necesitaba la soledad. Cada vez que el agobio de su rutina diaria se volvía insoportable no tenía más que dar un breve paseo, cruzar las puertas del cementerio, y disfrutar de la tranquilidad, de sus pensamientos a solas.

Horas después llegaba el momento de regresar a su hogar. Entonces echaba un último vistazo a su alrededor e iba derecho hacia las puertas de forja. No tenía sentido prolongar la despedida puesto que, sin obligaciones ya, podía volver cuando quisiera. El bullicio se hacía patente cada paso que daba hasta encontrarse de nuevo inmerso en un caótico maremágnum de rostros y ruidos chirriantes. El cementerio resultaba ser un lugar demasiado concurrido para una alma en pena solitaria como él.

martes, 6 de mayo de 2008

Durmiendo bajo la nieve

Bajo la fina capa de nieve dormían escondidos del frío del invierno. Los pinos crecían alrededor del claro y, mientras que unas plantas habían muerto, otras se aferraban a la vida en forma de bulbos que rebrotarían con el deshielo. Sus botas hacían un ruido suave, tenue, al hollar la nieve virgen, y se sentía afortunado de trabajar en un lugar tan hermoso, tan tranquilo.

Esperaba ver florecer los lirios en un par de semanas. Se encendió un cigarrillo y siguió caminando por el borde del claro. Al fondo se veían las cumbres nevadas doradas por el sol de las primeras horas de la mañana y el día se prometía despejado. Cuando se terminó el pitillo, lo apagó en la nieve y guardó la colilla entre los cordones de su bota. Ya estaría su desayuno. Se dirigió hacia el pequeño edificio de hormigón y entró.

Mientras bajaba por las escaleras pensó que qué hermoso sería que jamás vieran la luz del sol los misiles que custodiaban.

lunes, 5 de mayo de 2008

Anodino

La señora del asiento de delante no paraba de rascarse la cabeza. Los últimos cinco minutos ya había recurrido a meterse el boli en el moño y frotarlo con saña contra su cuero cabelludo. Y no parecía que tuviera intención de parar en los minutos siguientes.

Trató de concentrarse en el cuaderno. Los dos párrafos escritos a lápiz no querían crecer. Y es que así no había manera. No llegaba a parecer una ventisca pero la caspa caía lenta, silenciosa, sobre sus pantalones negros. Joder con la señora. Miró un momento por la ventana. Parecía todo un escaparate diseñado por alguien sin el menor sentido de la estética: casas, personas, plantas, mascotas. Todas de aspecto cutre y mejorable.

El autobús seguía su camino haciendo todas las paradas. Del pelo de la señora chorreaban reguerillos de sangre que escurrían por el respaldo del asiento sin que salpicaran. Faltaría más. Y ella seguía erre que erre, dándole al boli cada vez con más saña. Miró la hora en el móvil. Las seis menos veinte. En nada llegaría a casa a merendar. Se movió al asiento de al lado porque la señora ya se estaba arrancando trozos de carne con pelos y con el vaivén del boli salían despedidos. Cerró el cuaderno, metió el portaminas por dentro de la espiral y lo guardó en la mochila. Después se estiró y pulsó el botón de próxima parada. La señora por fin se había quedado quieta, con los brazos a los lados. La cabeza, recostada y con el rostro hacia arriba, tenía los ojos en blanco y la parte superior del cráneo cubierta de sangre que ya comenzaba a coagular.

Se bajó del autobús bastante frustrado. ¿Cómo podía escribir nada con una vida tan anodina?

sábado, 3 de mayo de 2008

Sabia tristeza

Se sentó ante el espejo del tocador y vio su rostro pálido y ojeroso. La pintura oscura de los ojos resbalando por sus mejillas le daba un aire penoso que quedaba remarcado por la fina comisura que curvaba sus labios hacia abajo. La gente realmente no le comprendía, nunca la tomaban en serio a pesar de que decía verdades como puños que nadie quería oir. Y ya nadie parecía agradecer, y menos aún admirar, su trabajo. Cogió unos algodones y comenzó a quitarse las pinturas que afeaban su cara.

Silvia cerró la puerta y salió al exterior donde le esperaban sus amigos. Lo que más les gustaba de ella era que nunca dejaba de sonreír ante la vida. Seguramente sería por su trabajo como payaso triste.

Derramado

Podía ver la sangre escapándose con su vida sobre el sucio pavimento. Era incapaz de moverse, no por tener algo roto sino porque su alma ya se separaba de su cuerpo para no volver. El mundo se había parado y sólo seguían siendo reales sus pensamientos, su consciencia. Si así era el paso hacia la muerte comprendía por qué tanto santo cristiano se dejaba martirizar.

El sabor amargo se lo dejaba saber que no había sido capaz de desarrollar su obra hasta las últimas consecuencias. A Gaudí lo había matado la gente, no ese tranvía.

viernes, 2 de mayo de 2008

Humanidad

El mundo se había convertido en roca desnuda lamida por mares sin vida. Una atmósfera cubierta de densas nubes que se peleaban con rayos y dejaban caer lluvias corrosivas que empapaban un suelo inerte. Cómo había cambiado todo.

Faltaban miles de millones de años para que el hombre apareciese sobre la faz del planeta.