viernes, 29 de febrero de 2008

El espíritu de las navidades futuras

La leche tampoco sabe tan agria. Pica un poco en la punta de la lengua y el paladar pero se puede beber. Lo peor es el frío que hace de madrugada, a uno se le enfrían tanto los dedos que dejan de doler y entonces hay que frotárselos un poco hasta que el dolor vuelva si uno no quiere que se pongan negros y haya que cortarlos. No sé quiénes saldremos hoy en busca de comida y menos aún quiénes volveremos.

Aún me sigo preguntando cómo hemos llegado a esto. Lo teníamos todo.

jueves, 28 de febrero de 2008

Cadenas (¿de papel?)

En terrones. Así iba a hacerse rica. En vez de rellenar saquitos de papel con 100 gramos de sal, haría terrones de sal, como los de azúcar, y la gente nunca se pasaría o se quedaría corta. ¿Cocido para seis? Pues 12 terrones, o 10, o 14. Al gusto. Y así siempre quedarían los platos perfectos...

El despertador cumplió con su labor y ella se estiró en la cama. Las 5:45. Ahora a la ducha, un café y a trabajar. Menudas gilipolleces se le ocurrían cuando soñaba...

miércoles, 27 de febrero de 2008

Sueños de papel

"Pues eso: que os den por el culo a todos" -y se fue de la oficina dando un portazo.

Ese sueño se le repetía todas las madrugadas, poco antes de que sonara el despertador. Ya era prácticamente parte de su rutina diaria. Cada día, a las 11:00 de la mañana, buscaba en Internet los resultados del sorteo. A las 11:03 arrugaba el resguardo y lo tiraba a la papelera llena de notas amarillas, envoltorios de bollería industrial y sueños de papel. Seguiría una semana más con su mierda de trabajo y su sueldo penoso. Los compañeros eran majos y al menos podía ir pagando la hipoteca aunque no le quedara para muchos lujos.

Parecía que las cadenas pesaban menos cuando se las ponía uno mismo.

martes, 26 de febrero de 2008

¿Asesino o perro?

No tardó mucho en darse cuenta de que se había quedado solo. En aquel claro en el bosque, bajo la luz de una delgada luna que comenzaba a crecer, sentía por primera vez en su vida la necesidad del calor humano.

lunes, 25 de febrero de 2008

Frustración

El bolígrafo se le había estallado y tenía los dedos llenos de tinta. Un día normal no le hubiera importado demasiado pero hoy le jodía como nunca. Sentía que iba a llorar de frustración. Respiró hondo, cerró los ojos. Visualizó el aire entrando por sus fosas nasales hasta los pulmones y ensuciándose de rabia que luego exhalaba. Una, dos, tres, diez, veinte veces. Luego abrió los ojos. Se sentía un poco mejor.

Se levantó, fue al baño, y se limpió escrupulosamente todo resto de tinta. Luego se sentó de nuevo ante el escritorio.

Tomó un nuevo bolígrafo y firmó el documento. Su pena de muerte número 1.000.

domingo, 24 de febrero de 2008

Payaso

Como payaso no era muy innovador pero los niños se reían. Le gustaba pensar que el suyo era un oficio heredado de algún dios que un día tomó forma y mostró a los humanos cómo hacer que sus vidas fueran más llevaderas. Luego, la realidad le ponía en su sitio y bajaba lunes, miércoles y viernes a por el periódico para buscar algún trabajo "de lo suyo".

Por las noches, tras patearse media ciudad sin conseguir un motivo por el que madrugar al día siguiente, encendía la tele, calentaba algún plato precocinado en el microondas y se tomaba tres o cuatro latas de cerveza sin marca. Se aguantaba las ganas de mear hasta que no podía y entonces iba al baño, meaba, se miraba en el espejo y se echaba a reir hasta que conseguía llorar.

sábado, 23 de febrero de 2008

viernes, 22 de febrero de 2008

¿Una pesadilla?

Corría y corría y no se movía del sitio. Era angustioso. Cuanto más rápido corría, más se cansaba, pero todo lo que le rodeaba seguía igual, no se movía un milímetro. Si se quedaba quieto, tampoco se movía. Y aquel niño con pantalones cortos y pelo cortado a lo tazón seguía mirándole fijamente.

A Mariano le encantaba observar a su nuevo hámster.

jueves, 21 de febrero de 2008

Cosas de viejos

Cada vez que le llegaba una propaganda al buzón de comida a domicilio la subía a casa, descolgaba el teléfono, marcaba el número y hacía un buen encargo a la dirección del vecino de arriba. Luego se pasaba los minutos muertos hasta que llegaba el pedido comiendo pipas aguardando el zumbido del telefonillo. Abría el portal rápidamente y se acercaba a la puerta a escuchar la discusión.

Así pasó sus últimos años de vida James Bond.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Eusebio

A pesar de que a Eusebio le habían cargado ya con el muerto de ser el tonto del pueblo la gente envidiaba su felicidad. Incluso algunos pensaban que quizá no fuera tan tonto, y que tanta felicidad se debía a una extraña sabiduría que saboreaba para sí mismo. Siempre sonreía, aunque le tomaran el pelo. Y más de una vez lo notaba. Y lo sabía. E incluso lo decía. Pero en esos casos, en vez de amargarse, miraba su reloj de juguete con manecillas de plástico fosforito y se iba silbando. Y en el bar quedaban los amargados con la hiel en la garganta.

Eusebio se sentía muy afortunado. Tenía todo el tiempo del mundo. Para lo que quisiera. Siempre llegaba a menos cinco.

lunes, 18 de febrero de 2008

La música que agoniza

Ya no podía seguir ignorándolo. La alegría de los primeros días se iba apagando según pasaban las horas hasta convertir sus canciones de amor en quejumbrosos lamentos. Y sabía que, en su situación, no podía hacer nada. Metida en ese tren que la llevaba lejos de casa se resignaba a ver pasar árboles, casas, personas... Quizá cuando volviera aún estaría a tiempo, pero estaba convencida de que ya sería demasiado tarde. Seguramente el todo a 100 estaría ya cerrado y no podría comprar nuevas pilas para el Walkman.

domingo, 17 de febrero de 2008

Estepa

El silencio quiere extenderse sobre mis palabras como un manto helado del invierno en Guadalajara. Tierra que sufre porque está viva y se seca entre nuestros dedos mientras nos miramos las manos con gestos de pena e inoportunidad. No. No lloraré esta tierra.

Llueve. Suave, fría. La lluvia cae sobre la estepa. Se escucha el silencio.

sábado, 16 de febrero de 2008

Hay trenes que sólo pasan una vez en la vida

Nunca hubiera pensado que en ese tren encontraría al amor de su vida, pero estaba seguro de que era ella. Lo sintió nada más verla. El vagón estaba abarrotado de gente y, seguramente, la chica ni se había fijado en él. Pero no podía dejar escapar la oportunidad del momento. Quizá mañana ya sería demasiado tarde y ocasiones como estas eran únicas en la vida.

Ahora se encontraba más cerca de ella. Podía haber llegado ya a su lado y tratar de entablar una conversación pero era muy tímido y cada paso que daba le costaba un poco más que el anterior. Respiró hondo -aquel vagón apestaba bastante a humanidad- y se situó frente a ella.

La chica clavó sus ojos verdes en los de él. Le había reconocido. Abrió la boca para decirle algo, pero él posó su índice sobre los labios de ella y le dijo todo con una sonrisa. Se acercaron y se fundieron en un abrazo. Ella derramó sus lágrimas sobre el pecho de él mientras él aspiraba el olor de los rizos de ella.

El tren se detuvo. Se abrieron las puertas correderas. Los soldados nazis los hicieron bajar.

viernes, 15 de febrero de 2008

El experimento

El experimento estaba siendo todo un éxito. Los vapores de cianuro inundaban la sala de un suave olor a almendra amarga. Efectivamente, su consciencia permanecía despierta durante el proceso por el que se separaba de su cuerpo agonizante y se convertía en un ente de pensamiento puro, sin materia ni energía.

Después, gradualmente, el mundo se desdibujaba. Lástima que ya no pudiese publicarlo en Science, como siempre había soñado.

jueves, 14 de febrero de 2008

Un gran peso

La sotana calada de lluvia pesaba como un muerto. No podía quitarse de encima el peso que él mismo había colocado sobre sus hombros. Aún era joven, menos de 40 años, pero ya su vida se había alejado en exceso de sus sueños de juventud y había dado paso a un largo peregrinar por tierras de su espíritu que muy poca gente comprendía. No podía vivir una vida normal, como a veces deseaba, y tenía que conformarse con el agridulce regusto del respeto y casi miedo reverencial de quienes a él recurrían.

Ya estaba llegandoo. El gatito blanco que se asomaba al contenedor se quedó mirándole fijamente durante unos instantes antes de meterse a saltitos en las sombras del callejón. Se acercó al contenedor y arrojó dentro el cuerpo del sacerdote.

miércoles, 13 de febrero de 2008

En la trinchera

Cada vez que cerraba los ojos veía a los fantasmas. Cada vez que los abría veía a los muertos.

martes, 12 de febrero de 2008

lunes, 11 de febrero de 2008

Gorrones

Lo más jodido de todo era cuando le pedían tabaco y le quedaba un solo cigarrillo. Con la mejor de sus sonrisas lo sacaba, lo ofrecía y, si le decían que no, que era el último, mentía diciendo que justo iba a comprar otro paquete.

Era lo que menos le gustaba de formar parte del pelotón de fusilamiento.

domingo, 10 de febrero de 2008

Alzheimer

No tenía pensado quedarse más de dos días en casa de su hija. Y no quería que lo viesen como un objeto molesto, así que bajó a comprar el pan y un periódico para pasar las horas hasta que llegasen sus nietos del colegio.

Un día y medio más tarde ya estaba ingresado en la residencia Paraíso.

sábado, 9 de febrero de 2008

Al final del camino

Los álamos se seguían unos a otros en una fila que parecía no tener fin. Le recordaban a una hilera de monjes esperando su turno para tomar un tazón de sopa. Tonterías de anciano.

El viento enredaba los pocos pelos que aún poblaban su cabeza y se le colaba entre los pliegues de la ropa a pesar de arrebujarse con la capa de lana. Las orejas le dolían por culpa del frío pero no quería pararse a un lado del camino. No tenía dónde refugiarse. Así que siguió caminando.

Tenía hambre; no había comido desde... desde anoche, cuando aquel viajero compartió con él un pedacito de queso y medio panecillo y le dio la única manzana que tenía. Un buen hombre ese viajero que siguió su propio camino.

La noche se había comido al día y las estrellas brillaban con fuerza en un cielo en el que la luna terminaba de trepar las montañas de levante. Frente a él una reja abierta invitaba a flanquear el pálido muro en el que terminaba el sendero. Entró y paseo dubitativo entre las tumbas hasta que encontró un lugar cubierto de hierba fresca, protegido del viento. Se tumbó y cerró sus ojos por última vez.

Había llegado al final de su camino.

viernes, 8 de febrero de 2008

jueves, 7 de febrero de 2008

Budismo contemporáneo

Gordos estaban ellos. Ellos y sus madres. Lo de él era un problema de huesos y no se podía hacer nada y estaba cansado de que los demás se rieran de él. Tiró al suelo el bocadillo que se estaba zampando y se fue sentar junto al río.

No comprendía por qué tenía que sufrir tanto. Recordó las historias que le contó su padre sobre un noble nepalí que 2.500 años antes se había convertido en Buda o algo así y que también era especial, como él. También ese Buda sufrió por estar gordo, estaba seguro. Se incorporó, volvió a su casa, subió las escaleras, se metió en el despacho de su padre y tomó entre sus manos aquel libro sobre la vida de Siddhārtha Gautama.

Regresó al río y miró el libro durante unos instantes. Lo arrojó al agua todo lo lejos que pudo. Por culpa de ese cabronazo muerto hace siglos le llamaban Buda en el colegio.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Muerte

Se sentó sobre el catre y miró sus manos huesudas durante un buen rato. Suspiró y se cubrió el rostro con ellas. Estaba cansado, muy cansado. Tenía que dormir un poco, a ver si se le pasaba el cabreo. Se echó cuan largo era, con sus ropajes y todo, sobre la cama deshecha. Hacía siglos que le daba igual aparecer ante aquellos a quienes iba a segar la vida con la túnica arrugada.

Unas horas después se levantó, cubrió su cabeza con la capucha y cogió la guadaña. A trabajar.

Decenas de muertos después su humor seguía siendo de perros. Siempre igual, la misma historia. Todo el mundo hablando de "La Muerte". Y nadie tenía en cuenta sus sentimientos. ¿Por qué no decían de una vez "El Muerte"?

martes, 5 de febrero de 2008

Demasiado grande

Cada vez que asomaba la cabeza los críos le echaban tierra y se reían a carcajadas. La celda estaba hecha para gente más pequeña; ya se había golpeado varias veces en sitios en los que el techo irregular mostraba algún saliente. Y tenía que encorvarse para mirar por el ventanuco con barrotes que daba a pie de calle.

La cama, sin embargo, sí que era de su tamaño. Se tumbó un rato a mirar las motas de polvo que flotaban como estrellas contra la penumbra. Los ojos le pesaban y se dejó acunar por el sueño...

Se despertó sobresaltada. Miró a un lado y a otro y salió corriendo hacia las profundidades de la alcantarilla.

Esa pobre rata jamás llegaría a comprender el sueño del que acababa de despertar.

lunes, 4 de febrero de 2008

Urbanita

No se tardaba tanto en ir de un lugar a otro. Desde que se jubiló, el tiempo parecía cobrar otro sentido. El sol salía y se ponía cuando menos se lo esperaba y todo se relativizaba a meras distancias. Día tras día -paseo tras paseo- iba conociendo mejor esa ciudad. Por aquí se acortaba, por este otro sitio había callejuelas interesantes o por aquél la gente parecía tomarse la vida con más calma.

Llegó el día -el lugar- en el que dejó de ir a su casa para no detener su deambular. Tantos recovecos que aún desconocía, callejones por los que había pasado y que deseaba ver, barrios enteros por descubrir. La ciudad crecía bajo el bosque de grúas y pronto tuvo que dejar de dormir para que no se le escapasen los límites.

Josefino Baute murió aplastado por una retroexcavadora de cadenas en uno de los nuevos PAUs. Sus restos fueron cargados en un camión de áridos y acabaron -bien mezclados- en el hormigón de la acera de los número pares de la Avenida del Progreso, entre los números 24 y 30.

domingo, 3 de febrero de 2008

Nadie

No sabrán que tengo el sobre. No me cogerán. Y si me cogen, no lo encontrarán. Mi vida no importa nada y es vital que yo no muera sin haber dejado el sobre en lugar seguro.

Miro a mi alrededor y tengo miedo. Creo que me miran porque saben quién soy, qué tengo. No puedo confiar en nadie y no sé dónde puedo meterme y descansar por unas horas. Tengo sueño y necesito comer. Entro en un local de comida rápida y pido un menú con mucha cafeína. Desde mi esquina puedo vigilar todos los movimientos. Nadie me parece inocente, nadie excesivamente sospechoso.

Cojo mis cosas y voy al baño. Tengo que cagar. Creo que he cogido frío y mis tripas están a punto de reventar. Hay papel.

Prefiero no lavarme las manos y salir ya de este infecto local. La calle está semidesierta. Semidesierta por no estar a reventar, claro. Esto es la capital, ¿no? Creo que cogeré el autobús. El que sea. Así podré identificarlos o despistarlos. O las dos cosas.

Pago mi billete. Cojo el cambio y lo dejo en el bolsillo de mi abrigo. Hago como que me subo el calcetín y toco el sobre sujeto con esparadrapo a mi pierna. Sigue ahí. Todo va bien.

El conductor me dice que baje del autobús. Me he quedado dormido. ¿El sobre sigue en su sitio? El sobre sigue en su sitio. Estoy en algún lugar que no conozco, casi desierto. No veo a nadie por las calles llenas de luz amarilla.

Me meto en un parque oscuro y llego hasta una valla que me separa de la autopista. Un grupo de chicos con pelo largo vienen riéndose hacia aquí. Parecen borrachos. Creo que no me han visto. Trepo la valla. Me señalan y gritan y vienen corriendo. Salto a la calzada y miro a mi izquierda. No se puede calcular bien. Respiro hondo y salto con toda la rapidez que puedo. Oigo cláxones y frenazos. He llegado a la mediana. Trepo y salto al otro lado. Corro de nuevo. La impresión del impacto dura sólo unos instantes.

sábado, 2 de febrero de 2008

Uno más

La gente del bar trataba de no mirarlo directamente, pero era innegable que, nada más entrar en el local, las risas se habían convertido en conversaciones anodinas y murmullos. Siempre igual. Tampoco es que soñase con que la gente se echara en sus brazos cada vez que llegara a un sitio pero, joder, al menos que le ignorasen como a uno más.

Pidió una cerveza y dejó el tricornio sobre la mesa.

viernes, 1 de febrero de 2008

Navidad de 2072

Estaba deseando bajar a la bodega a abrir una de las botellas que se había traído de París en su último viaje. Se había prometido esperar hasta el día de Navidad para degustar su contenido, pero del calendario aún colgaban hojas de noviembre.

Se puso la bata por encima de la ropa y, con un candelabro en la mano, se alejó del calor de la chimenea de la biblioteca. Aún no necesitaba bastón a pesar de su edad, pero la escalinata de piedra le inspiraba respeto y la bajó con mucho cuidado. La segunda galería que se abría a la izquierda era su destino. Ahí estaban: cuatro botellas de la campiña francesa, 1995. Tomó una y volvió a la biblioteca.

Dejó el libro sobre la mesita con el vaso de vino y tomó la botella con ambas manos. La acercó a su nariz, presionó el dosificador, y aspiró aquel aire lleno de tierra, hierba y vacas una vez más.