jueves, 29 de noviembre de 2007

Arrepentida

Se detuvo jadeando con el cuchillo en la mano. Frente a ella había una masa informe, irreconocible. ¡Dios!, ¿qué había hecho?

Nunca más cortaría un queso añejo con un cuchillo de mantequilla.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Hermoso gris

Esa tarde los colores se habían ido. La niebla traía el gris y se metía por cualquier recoveco para comerse las sombras y el ánimo de los paseantes y de los pájaros que se miraban unos a otros desde sus ramas.

A Manuel, según bajaba de la ambulancia, le pareció el día más hermoso de su vida. De su pecho sobresalía una cajita gris.

martes, 27 de noviembre de 2007

El día elegido

Hoy era el día elegido. ¿Elegido para qué? Aún no lo sabía, pero definitivamente era éste y no otro. Desde primera hora de la mañana estuvo dándole vueltas. Incluso se le pasó la hora del desayuno. Fue corriendo a la parada del autobús y éste llegó con retraso. En su asiento del pasillo junto a la señora gorda con una coleta sucia de pelo rubio con las raíces negras sacó su libreta de notas, un portaminas, y apoyó la punta sobre la hojita cuadriculada para ayudar a las tímidas ideas. Dos veces comenzó a escribir la sílaba Do y una Ve, pero enseguida las tachaba con un elaborado borrón que arrugaba el papel. Llegó al trabajo, masculló los saludos de rigor y se sentó en su sitio a clasificar las cartas por códigos postales. Las dos veces que paró a mear se miró en el espejo unos segundos pero ese hombre cansado no le decía nada.

Al llegar a casa no tenía ganas de comer. Se acercó a la nevera a por una lata de Lager para quitarse la sed y abrió la segunda para disfrutarla ante la tele. Durante unos anuncios se le asomó a la cabeza una idea que se escondió antes de poderla atrapar. Se levantó a por otra cerveza.

No estaba disfrutando del concurso, tenía la cabeza en otro sitio. Apagó la tele, abrió una nueva lata y salió a pasear por las calles de su Núremberg. Un rato después se encontró ante la casa natal de Durero. Ese era un pintor famoso, ¿no? Sus pasos le llevaron hacia la noche de las tabernas alemanas. Mañana sería otro día.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Compañeros

Cuando el fuego se hubo apagado, el hombre se acurrucó junto al perro, abrazándolo para entrar en calor.

¿Hace cuántos miles de años sucedió por primera vez que un perro se acercara a un hombre y ambos se aceptasen como compañeros?

domingo, 25 de noviembre de 2007

El final del camino

Siento miedo. Todo mi mundo se convulsiona y el ruido es es atronador. Las voces suenan amortiguadas y sólo se distingue la urgencia de su tono. Todo el revuelo es por mí, lo supongo, lo sé. No puedo ver nada y todo me asfixia y me oprime. Ahora lucho, trato de quedarme en mi mundo, que el destino no me arranque y me lleve a un lugar desconocido; sé en mi interior que sólo me ha llegado el momento de recorrer el camino que todos tememos que recorrer algún día, ese viaje sin retorno que tantos otros iniciaron antes que yo. Las fuerzas se me agotan. Mis pulmones no respiran. Inicio el viaje...

...veo una luz al final del túnel...

...mi padre me sujeta entre sus manos y me deposita sobre el pecho de mi madre.

sábado, 24 de noviembre de 2007

En la oscuridad

La antorcha iluminaba las paredes llenas de arañazos del pasadizo y el humo aceitoso que desprendía se mezclaba con un aire que apestaba a cerrado. Al menos había algo positivo, y es que su ánimo ya no podía estar peor. Ese pensamiento consiguió arrancarle una sonrisa que se apagó en un rictus que no lograba apartar de su cara.

El suelo, cubierto de polvo, indicaba que nadie había pasado por ahí en años, en muchos años. Estaba seguro de que esos pasillos iban a ser su tumba. Que no iba a conseguir salir de nuevo al exterior. La llama iluminaba las paredes con bastante vergüenza y no penetraba más que unos pasos en la oscuridad que se abría ante él. Desde hacía varias horas, el único sonido era el de sus pasos apagados por el polvo, su respiración, y el tenue crepitar de la llama.

Ahora ya caminaba en la más angustiosa oscuridad. Su mano izquierda -los dedos ya enrojecidos- iba acariciando la pared mientras que con la derecha tanteaba el vacío que se abría ante él con los restos de la tea. Lo bueno de esa situación era que ya no olía a alquitrán quemado y que se mantenía con todos los sentidos alerta. Seguía sin oler el aire fresco.

Se echó a dormir acurrucado. Sólo por un rato. Necesitaba descansar algo. Tenía hambre y sed y le dolían las piernas y los brazos y no tenía nada que perder.

Sintió que una mano lo acariciaba.

viernes, 23 de noviembre de 2007

De mudanza

El cangrejo venía arrastrando su enorme pinza por la arena bastante cabreado por intentar habitar el tapón de una botella de agua que las olas habían dejado sobre las rocas. Demasiado ancho y poco profundo. Y encima translúcido.

Tampoco le gustaba mucho la caracola a la que llegó más o menos cuando el sol estaba en lo más alto del cielo. Era enorme, con demasiados pinchos que se enganchaban y era difícil de llevar. Quizá cuando fuese más grande...

Cuando el cielo ya sangraba se encontró la concha grisácea de un caracol. Ligera, cómoda de llevar, compacta y espaciosa. Dio un par de vueltas a una piedra y su reflejo no le convenció. Era demasiado aburrida. Se alejó hacia el sol poniente.

Un par de minutos después de la puesta de sol encontró su lugar definitivo. El pez se alejó nadando en busca de más cangrejos.

Anhelo

Al final de sus días su vida no parecía gran cosa. Había conseguido todo lo que los hombres anhelaban: poder, dinero, mujeres... Pocos países del mundo le eran desconocidos y había tratado de igual a igual a reyes, presidentes y dictadores. Pero mirando por la ventana a los campos verdes bajo la lluvia del atardecer sentía un gran vacío en su interior; algo le faltaba por hacer en la vida... Había tenido hijos, plantado árboles y escrito libros. Sus manos habían firmado sentencias de muerte y concedido indultos imposibles. Ni el sonido de las risas de sus nietos reverberando por los pasillos conseguía desensombrecerle el ánimo.

Los días se hacían más cortos según avanzaba Noviembre y con la creciente oscuridad su vitalidad se le iba escapando con cada exhalación. El miércoles 21 de Diciembre falleció de madrugada.

Nunca probó las pipas Facundo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Una travesía peligrosa

Pocas veces se había sentido tan mareada. El barco daba vueltas y el sofá en el que descansaba parecía que se la fuese a tragar y soltar un poderoso regüeldo a continuación. Las caras que la rodeaban eran feas y extendían unos brazos que, más que tranquilizarla, juraría que querían quitarle el alma. Y pensar que había pagado para montar... Cerró los ojos, a ver si las cosas mejoraban. Todo seguía moviéndose. No tenía fuerzas para gritar. Se meó. Lloró.

Sonia le pasó un brazo por los hombros mientras la acompañaba al baño para que se asease como pudiese. ¿Qué iba a pensar ahora Carlo de ella? Juró no volver al parque de atracciones.

martes, 20 de noviembre de 2007

¡Guau, guau!

El perro masticaba compulsivamente el hueso de plástico que gritaba como un dibujo animado. O hamburguesa. O zanahoria. O lo que fuera el juguete de los cojones. Menudo piso habían elegido para vivir: buen barrio, tranquilo, más o menos silencioso, cerca de colegios y tiendas... todo lo que necesitaban a mano, sin tener que desplazarse mucho. Pero al casero se le pasó por alto comentarles el detalle del puto perro de la portera y sus manías. Así no había quien trabajara desde casa, joder. El año anterior, cuando vivían en el campo, podían salir a pasear cuando la presión era muy fuerte e incluso pasaban de cuando en cuando unos días en el monte. Pero ahora, con el nuevo giro que habían dado las cosas, tocaba vivir en la ciudad y trabajar desde casa.

Dos días después, Eneko compró en la farmacia dos pares de tapones para el ruido y una caja de Gelocatil. No servía.

El viernes Ainhoa pasó por el Mercadona del barrio y se subió casi 50 euros en botellas. Ninguna era de refrescos.

Al día siguiente ambos fueron a comprar costo. El vodka cumplía bastante bien y podía soportarse al perro. Con un peta cargadito seguramente hasta se reirían del bicho y la gorda.

La madrugada de ese mismo domingo los bomberos desalojaron el 41 de la calle Dromedario aunque la estructura seguramente no había sido dañada por la explosión del 4ºB. Había dos cadáveres en ese apartamento reventados por la explosión, un infarto en el 2ºB -moriría camino al hospital- y ataques de ansiedad de distinto grado que afectaban a varios vecinos.

El telediario de sobremesa abrió con la noticia de un comando de ETA que había fallecido al detonarles el artefacto explosivo que manipulaban durante la madrugada. A Bartolo Bueno, sentado en su sofá con su copa de anís, le pareció odioso el perro que sujetaba entre sus brazos una vecina del inmueble afectado y que no paraba de ladrar mientras entrevistaban a su dueña.

lunes, 19 de noviembre de 2007

El impulso

Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. El tictac del reloj la estaba volviendo loca. En su habitación, a oscuras, metida en la cama con las sábanas subidas hasta la frente y el tictac que no dejaba de sonar. Aunque se tapase los oídos con la almohada. A su lado, el desconocido que se había traído a casa respiraba suave y plácidamente. Ojalá roncase, así no oiría el tictac que se le clavaba en el pensamiento.

Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Las manecillas fosforescentes marcaban las cuatro menos cuarto de la mañana. En la calle una gata maullaba mientras se oía a unos gatos pelearse entre cubos de basura. Tic. Tac. Tic. Tac. Y el cabrón de al lado durmiendo como un bendito. Hijo de puta.

Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Sólo habían pasado diez minutos más. Aflojó los puños. Se le estaban clavando las uñas. Llevó la mano izquierda a la boca y lamió la palma. No sabía a sangre. Acercó su cara al rostro del chico y respiró el aliento dulzón de un borracho. Sentía asco. Asco y envidia de aquel cabrón que se la había tirado y ahora dormía como un bebé mientras ella daba vueltas en la cama llena de angustia. Y ni un puto abrazo le daba, ni unas palabras reconfortantes.

Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Las cuatro y cinco. No aguantaba más. Quería llorar o gritar o matar. Ese hijo de la gran puta no se iba a salir con la suya. Eso no iba a quedar así; ¿se había creído que podía venir a follársela a su cama y luego dormirse mientras ella se volvía loca? Tic. Tac. Sabía que era una locura hacerlo. Tic. Tac. Encendió la luz. Iba a cometer una estupidez. Seguro que se arrepentiría mañana. Toda su vida. Tic. Tac. Abrió el cajón de la mesilla con cuidado de no hacer ruido y sacó una navajita...

El sol debía estar muy alto cuando se despertó, entraba con fuerza por las rendijas de la persiana. Instintivamente miró el reloj. Marcaba las cuatro y cinco. Al lado, junto a la navaja, un par de pilas. Se giró y acarició la entrepierna del hombre. Ya se inventaría una excusa para faltar al trabajo.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Rutina

La mosca daba vueltas y vueltas sin encontrar un lugar donde quedarse. El sonido de las teclas acompañando al ruidoso ventilador del ordenador se difuminaba hacia las oscuridades de su mente de donde no escapaba y un cigarro negro churretoso de saliva se le quemaba entre los labios agrietados de fumador veterano. Su vida de informático no había variado mucho estos años: seguía solo y los gatos se le morían de diarrea.

Las 22:23, en menos de diez minutos apagaría el ordenador y estaría bajando por las escaleras de la oficina para coger el metro y llegar a casa. Poco antes de las 23h entraba en su domicilio, se quitaba los zapatos y entraba en la cocina. Abrió el arcón y sacó medio hígado humano. Le quedaba media pierna en el congelador y tupper de glúteo con alubias y pimentón. El fin de semana tendría que buscar una nueva prostituta.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Y seguía nevando

Y seguía nevando. Otra noche más. Las ramas de los árboles comenzaban a doblarse y algunas se rompían con horribles chasquidos. En sus madrigueras, los animales cerraban sus ojos para morir en paz, sin aire para respirar.

¿Era hermosa la muerte?

viernes, 16 de noviembre de 2007

Canción de cuna

Los copos de nieve caían en silencio sobre las copas ya blancas de los abetos que se recortaban en el cielo negro del horizonte. El muro de nubes pronto cubriría la luna llena y el paisaje se sumiría en una noche plomiza en la que el juego de la vida y la muerte se detendría hasta el amanecer. En el bosque, esa noche no sucedía nada.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Azul

Tenía auténtica obsesión por las luces azules. El último disco duro externo que se compró lo hizo porque se iluminaba con una pastosa luz azulada, no porque lo necesitara. Las pilas del reloj le duraban poco más de un mes, siempre le daba a la luz nocturna para disfrutar de su luminosidad. Las teclas de su móvil despedían luz azul y se suicidó metiendo en la bañera un matamoscas eléctrico.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Lo peor que podía pasar

El posavasos de corcho flotaba en un charco de cerveza que se extendía por la barra. Un triste y casposo tugurio de viejos en el que su poco dinero le permitía emborracharse. Y vaya si se lo permitía. El truco estaba en ir con el estómago vacío y así el kalimotxo subía más. Luego, cuando ya el frío se le hubiera metido bien en los huesos, tocaba salir y meterse en los chinos de enfrente. Una barra de pan y a matar el hambre. El pan también ayudaba a frenar la cagalera del día siguiente.

Esa noche iba realmente ciego, del revés. La media barra que se había comido quería escaparse de su estómago, la otra la había dejado en algún banco. Iba a vomitar. Vomitó y se quedó dormido entre tropezones de pan y morado. No llegó a ver a la pandilla que se le acercaba...

Cuando despertó, la cabeza aún le daba vueltas y sentía el cuerpo magullado. Algo no iba bien, seguro. Se sentó y vio en qué estado lo habían dejado. Sus gritos de angustia desgarraron el cielo de Madrid. Llevaba un lujoso traje italiano y un maletín de piel de cabra descansaba en su regazo. Un Rolex marcaba en su muñeca las 2:34. Dios..., ¿qué le habían hecho?

martes, 13 de noviembre de 2007

Marcelo

Las antenas de la hormiga palpaban el aire como si tratasen de mullirlo. Marcelo la miraba atentamente bajo la luz de una única vela. La hormiga encontró una miga de pan, sin corteza, e hincó su maxilar en ella. Poco a poco, la fue arrastrando por el suelo hacia la grieta de la pared por la que había salido. Marcelo estaba maravillado. A sus dos añitos aún estaba descubriendo el mundo desde cerca del suelo en vez de por presunciones como las personas mayores, y todo era maravilloso. Se acercó a la hormiga. La miró fijamente.

Se la papó. Después se lamió las pelotas y se enroscó en un rincón a dormir.

lunes, 12 de noviembre de 2007

De vacaciones

Los dos hermanos podían ver las trémulas luces de la ciudad que bullía de actividad a pesar de la noche que imperaba desde horas antes. Según cabalgaban hacia sus puertas los bordes del camino se iban llenando de basura y asfalto. ¡Cómo había cambiado todo en estos años! Tiempo atrás todo aparecía lleno de huertos y sembrados y ahora las casas trepaban hasta los acantilados marinos y los picos de las montañas. Increíble. Los habitantes de la isla habían facilitado enormemente su trabajo.

El hambre y la enfermedad se miraron y sonrieron. Se lo iban a pasar bien.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Arte

Los paisajes del cuadro parecían amarillear como agostados por el tiempo. El pintor, frente a su obra, se mesaba nervioso el bigote y seguía sin saber qué hacer. A su lado, el conde se quejaba de los vívidos tonos de rosa que inundaban los rasgos y ropas de los personajes. Las esporas de hongo que pululaban por el taller del pintor no estaban muy contentas con el aceite de linaza que empapaba los pigmentos.

Los críticos alababan con copiosos calificativos la obra de aquel genio incomprendido de mediados del siglo pasado. Al ladrón le pareció una obra menor, sobrevalorada, pero él no sabía tanto de pintura como para mantener una opinión firme. El intermediario lo sentía arder en sus manos, era un gran golpe, quizá demasiado grande. El dueño final se sintió satisfecho de su última adquisición; se sirvió una vaso de Oporto y bajó unos minutos al cuarto de los trofeos a saborear la copa mientras admiraba su colección. Llegó el mayordomo con un mensaje y subió a su dormitorio para esnifar medio gramo de coca. Cumpliría con las dos prostitutas que acababan de llegar.

Qué subjetivo es el arte.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Noche de paz

Esa noche de Navidad un manto de calma parecía haber caído sobre la tierra. El cielo se veía despejado y, sin embargo, los copos seguían cayendo y depositándose unos sobre otros con cuidado de no hacer ruido. El silencio era hermoso y nadie, ni un despistado gato callejero, perturbaba su quietud. Nadie había sobrevivido en la isla a la brutal erupción.

viernes, 9 de noviembre de 2007

El fin del mundo

El mundo estaba loco, todo se venía abajo. La gente, los árboles, los animales. Todo cuanto una vez tuvo sentido ahora no era sino una mezcolanza de seres sin ninguna relación de armonía. El agujero de ozono, el cambio climático, accidentes nucleares, contaminación, guerras. Al principio trató de refugiarse en las iglesias, café para el alma, pero las palabras vacías de esos falsos profetas se mezclaban en la cacofonía de un planeta que crujía porque se rompía. La ciencia, puta inmunda, se vendía a los viejos vestidos de sudor ajeno. ¿Filosofía? Palabras con las que locos entre los locos montaban un Babel de juguete.

Y ahora, en este ocaso de los tiempos, el Universo mismo enloquecía. Ni los astros se salvaban de la orgía. La noche volvía al día. Por donde el cielo se veía claro, comenzaba a despuntar el sol y se asomaba de nuevo por el horizonte. Era el fin de todo, un atardecer al revés. Se asomó al acantilado y, con los primeros rayos del sol, saltó.

Pobre idiota, amanecía.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Una moneda

No encontraba la moneda que buscaba. Ni en la cartera, ni el los bolsillos, ni suelta en el bolso... Menuda faena. La culpa de todo la tenía aquel hombre; había sentido pena por aquel negro asustado acurrucado junto a un papel con dos moneditas de 1 y 2 céntimos encima y le echó medio euro. El negro le dedico una sincera sonrisa triste y ella se alejó sin mirarle a los ojos. Y ahora, en mitad del parking del supermercado, cualquier carrito le pedía impertinente esa moneda para soltar su cadena. ¿Y qué iba a hacer ahora? Eso le pasaba por ayudar a esos vagos y maleantes que venían a España a robar.

Cabreada, se volvió al coche y se largó chirriando las ruedas a otro centro comercial.

Hissein Sarr pudo comprarse esa noche una barrita de pan y, mientras la mordisqueaba, mentalmente dio gracias a aquel ángel que le había regalado esa moneda amarilla.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La metamorfosis

Sin embargo, las cosas no iban tan mal como se temía. A través de las rendijas de las paredes del vagón se observaba un paisaje de estepa que palidecía bajo la luna. No hacía mucho que otros prisioneros habían viajado hacinados en un vagón similar con destino a los crematorios de Birkenau. Él, al menos, tenía una oportunidad. Atrapado con otros cerdos iba camino del matadero.

La noche anterior se había acostado tras cenar pollo asado que había sobrado del mediodía -ni siquiera era cerdo- y hacía un par de horas que se había despertado en ese vagón rodeado de marranos. Y todos coincidían en que iban directos al matadero -unos pocos insistían en que eso de los mataderos era un invento de los mayores para que los lechones se portaran bien, pero en el fondo no se lo creían y sus ojos destilaban miedo-. Él, cuando se abrieran las puertas del vagón y los sacasen, podría gritar que era Antonio Amadeo Madariaga Arrasate, y que todo era un error. Y las cosas se solucionarían. Se acostó de lado y se durmió.

-¡Oink, oink! -dijo un cerdo mirando a los ojos a Manolo. En vez de seguir a los demás hacia la rampa del camión, el cerdo insistía: "Oink, oink". Y se quedaba mirando.

A base de palos, el bicho subió.

martes, 6 de noviembre de 2007

Cabreo

Esa noche Miguel Ángel estuvo tentado de subirse al andamio y reventar la cara de Moisés.

lunes, 5 de noviembre de 2007

1 000 000

Su amiga -una perra- dormía acurrucada junto a la hoguera. El aire de otoño era fresco y claro y el cielo negro se veía salpicado de millones de puntos de diverso brillo y color. La lanza reposaba apoyada en una roca y el riachuelo rompía el silencio con su cantar colina abajo. Dejó una ardilla sobre unas brasas y se comió unas bayas mientras observaba el amanecer de una luna casi llena. Un rato después soñaba que se caía de un árbol.

Sucedió en Madrid hace exactamente un millón de días.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Ilusiones

La suya no era una historia que valiese la pena contar. Una de tantas vidas llenas de fragmentos de sueños rotos que aún no se han arrojado al vertedero del olvido sino que siguen provocando heridas cuando uno no pone cuidado al rebuscar en la memoria. En su garita de bedel veía pasar los días y las mismas caras con distintas ropas. Los libros que se traía para estudiar habían dado paso a otros para entretenerse, a revistas, a pasatiempos, a mirar a través de los cristales de su jaula.

Sólo en uno de los diarios locales apareció una breve reseña sobre un hombre de 46 años que había ingresado cadáver por sobredosis de somníferos. Por la tarde el colegio ya tenía un sustituto.

sábado, 3 de noviembre de 2007

El arqueólogo

El tomo que sostenían sus manos no tenía razón de ser. La obra escrita por un dios a lo largo de los siglos y que empequeñecería cualquier intento humano por alcanzar la inmortalidad a través de las letras. Le ardía la cabeza sólo de pensarlo. Cerró los ojos y abrió el libro por algún lugar al azar. Respiró hondo. Una. Dos. Tres inspiraciones. Era el momento. Abrió los ojos y leyó:
-¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!
En la poza había un Cerdito
vivito y guarreando,
con el barro de la poza,
el cerdito jugando.

Cayó fulminado.

··oOo··

El texto del tal dios no es sino un fragmento de La pata mete la pata de Gloria Fuertes (1917-1998). Que cada uno le dé la lectura que quiera.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Apresada

Ese ventanuco era todo cuanto le unía al mundo real. Agobiada por el peso de las cadenas, de la humedad, del hambre y el desánimo, se arrastraba por las noches en su celda y sólo callaban sus lamentos cuando los primeros rayos de sol golpeaban en las mohosas piedras de la pared. No recordaba su edad, su nombre, su crimen. Sólo vivía cada día un día más para ver el sol y recordar los juegos y risas en la pradera junto al río cuando era niña.

Las grabaciones eran fascinantes. De los calabozos de aquel castillo burgalés provenían algunas de las psicofonías más melancólicas y aterradoras de toda España.

jueves, 1 de noviembre de 2007

El mayor engaño

Hubo un tiempo en el que la gente no tenía edad y sólo vivían el día a día. El sol asomaba entre las montañas, el mar, los árboles o la planicie y los hombres comenzaban su rutina diaria hasta que, de nuevo, el sol se hundía y les dejaba descansar. La validez de una persona no se basaba en cuántos años tenía sino en qué sabía hacer y cómo lo hacía.

Decenas de miles de años después añoramos ese mundo de libertad del que nos arrancó la invención del tiempo. El objeto último del trabajo es el de ganar un dinero ilusorio para comprar promesas de disfrute de tiempo libre. Pobres imbéciles, el tiempo siempre ha sido nuestro.